"Irlanda es como la pintan, nunca mejor dicho. Pero yo quiero contar mi versión. Lo bueno y lo malo. Lo que me hace gracia. Y no pienso abrir artículo hablando del clima. Que por cierto es una mierda."

jueves, 25 de junio de 2020

Experiencia Fantasma

Había muerto en un accidente de coche. Estaba felizmente transitando los 27 cuando sucedió. Mi alma y conciencia han regresado a casa en la cual me encuentro en arresto domiciliario, donde iba a pasar largos años de penitencia.

Aunque fuera verano, lo sabía por las ropas, por lo que habla mi familia o, simplemente, por la fecha, para mí el exterior siempre es otoñal y frío. Un cielo gris nublado viste a la calle de blanco y negro. Si decido alejarme de la casa lo que me encuentro es un eterno descampado poblado por algún árbol muerto, seco y solitario. La tierra es ceniza.

Estoy presente para mi familia. Pueden verme. Puedo incluso hablar con ellos. El tiempo para mí funciona diferente y los meses pasan sin que yo tenga conciencia de ello. Pese al consuelo que es poder interactuar con mi familia el luto por mi pérdida se ha ido desvaneciendo lo que hace que cada vez presten menos atención a mi presencia. El dolor va dejando paso a la vida.

Soy un ser sin propósito. No tengo metas ya que no las puedo cumplir. No tengo problemas ni estrés. Nada que contar más que recuerdos. ¡Tenía tantos proyectos!, ¡tanto que hacer todavía! Ahora ya no hay nada de eso.

Mi hermano y mi padre hablan de trabajo, mi hermano ya tiene su familia y preocupaciones. Mi madre está ocupada con mi nueva hermana, un bebé nacido tras mi ausencia. A mí solo me queda alimentarme pasivamente de su felicidad y observar impotente cuando están tristes. Y sin sueños que cumplir.

Entonces comprendí que era un alma en pena.

Comprendí que la barrera que se extendía entre los demás y yo era más fuerte que la distancia o el tiempo. Era la vida y la muerte, estaba sola dentro de otra realidad en el mismo sitio. La sensación extrema de soledad y falta rumbo me estaban hundiendo en la melancolía.

Decidí que quería volver a vivir. Algo en mi concepción de la realidad me decía que tenía la opción de acabar con esto. Me concentré para revivirme, en recuperar mi cuerpo. Empecé por mi brazo intentando que apareciese carne sobre el contorno de mi alma traslúcida. Unos huesos secos aparecieron, ennegrecidos. El músculo empezó a crecer a tiras pero parecía cecina. El proceso se quedó a mitad pese a mis esfuerzos con esa especie de rama seca que tenía ahora por brazo. Algo no estaba saliendo bien y entonces lo comprendí: no podía volver a la vida. No era posible. Estaba muerta.

En ese momento me desperté.
 “¿Qué cojones?”

lunes, 11 de mayo de 2020

Efímero

Relato de homenaje a los Yayos en tiempos de virus

Siempre me levanto medio tonta de las siestas. Me había quedado dormida en el sillón. Hice un esfuerzo por saber qué día era. Jueves, tocaba visita. Me asomé a la puerta de mi habitación para preguntarle a alguna de las cuidadoras de la residencia.

- Perdona, me gustaría saber si puedo llamar a mi hija, se supone que tendría que haber venido hoy.

- Amanda, lo siento, pero no se permiten las visitas por lo del virus. Tú tranquila que no le ha pasado nada.

Lo del virus, claro, si nos lo han dicho ya mil veces.

- Menos mal que tuvo su fiesta de cumpleaños hace dos semanas. Vino toda la familia a verte.

¿Una fiesta? En el pueblo con mis... ¿padres? No puede ser.
Ante mi confusión, Rosa, que con la mascarilla no la había reconocido, me acompaño hasta mi estantería y me enseño mis fotos.

- Mira, aquí estas con tus nietos. Y estos son tus hijos, Sandra y Miguel.

¿Cómo me puedo acordar de algo que pasó hace cincuenta años y no recordar algo que pasó hace dos semanas? Rosa volvió rápidamente a sus tareas, estos días están trabajando muy duro. Volví al sillón con una profunda sensación de soledad. Creía haberme quedado sin visita cuando llamaron a mi puerta anunciándome que traían a mi nueva compañera de habitación. Era la señora Mercedes. <<Vaya por Dios>>. Nunca hemos llegado a congeniar. Somos de dos mundos distintos. Admiro su historia, la crianza de ocho hijos, seis varones y dos hembras, como dice ella. Matriarca castellana. La mía, entre libros y estudiantes, disfrutando de mis hijos a partir de las seis. 

Mercedes tenía muchas visitas. En su nonagésimo octavo cumpleaños ocuparon toda la residencia. Estaba pletórica. Nosotros ese día nos dedicamos a hacer similitudes con “El Padrino”. La orgullosa señora se situaba con la cabeza alta en el centro de su progenie. De vez en cuando alguno de los hijos le hablaba de cerca, al oído, para hacerse oír, sujetando su mano. Nos preguntábamos si le estaría proponiendo algún plan para despachar a algún miembro de otra familia rival. Desde aquella tarde mi pequeño grupo de amigos ya sabíamos en qué entretenernos cuando se sucedían los multitudinarios encuentros de la Señora. Una vez se iban sus visitas no le quedan muchas palabras amables para el resto y, en general, prefiere que la dejen en paz.

*


Una vez cohabitando no hablamos mucho. Sé que tiene mal la vista pero se entretiene viendo los telediarios, no creo que le estén sentando bien. Yo ya me pierdo, está todo patas arriba y no dejan de decir que nos vamos a morir los viejos. Solo me incorporo a los documentales, las dos nos quedamos fritas. Por lo demás, me refugio en un libro.

La comida nos la traen al cuarto. Nos la suele traer Teresa, una de las veteranas. Le pregunto qué tal están todos, tiene ojos de preocupación. Antes de responder duda si mentirme, es lo que hacen con muchos residentes para no preocuparnos o confundirnos, pero mi mirada serena le inspira confianza.

- Emilio esta bastante mal, se lo han llevado al hospital.

Emilio. En ese momento estaba leyendo el libro de fantasía que me había prestado. No es de mi gusto pero insistió bastante. Que necesitaba leer algo nuevo, me decía. Lo que pasa es que yo ya soy vieja para esas lecturas. Él es relativamente joven, podría ser mi hijo, suelo bromear, pero tiene problemas de salud, por ello se encuentra aquí. Nos intercambiamos libros, pero cuando leemos juntos en el jardín él hace como que lee y me interrumpe innumerables veces para comentarme alguna chorrada.
Miro a Teresa a los ojos, prefiero no entrar en detalles.

- ¿Y tú? ¿qué tal estás?
- Cansada, a ver cuando me jubilo para que me traigan la cena a la cama. ¿Verdad, Mercedes? Como una reina.


A la mañana siguiente Mercedes me sorprendió y empezó a hablarme.

- Anoche vi desde la ventana como los muchachos de los dos bandos se intercambiaban tabaco en el frente. Los republicanos se han quedado sin cigarros. Los nacionales siempre tienen de todo.

Se ha ido a los años treinta, mala época para visitar.

- Quiero irme a mi habitación, esta no es mi habitación.
- Tenemos que quedarnos aquí, en la zona de posibles positivos.-  Le aclaré.
- ¿Y qué bando es ese?
- Pues no lo sé.

*


Me sigue sin convencer este libro. Aún me cuesta familiarizarme con el término “Obit” (Hobbit). Me puse a mirar por la ventana: todo está tan calmado, como si no pasara nada. Pensé en darme una vuelta por la habitación, me pesan muchísimo las piernas. La señora Mercedes por su parte no para de rezar rosarios.

- Mercedes, no se preocupe, su familia está bien.
- Lo sabré cuando vuelva a verlos. No sé dónde están.
- Están en su casa, como nosotras, sin salir y a salvo.
- Si no han vuelto es porque se los han llevado al paseillo, me lo ha dicho mi hermana.

En ese momento me di cuenta que ya no recordaba a sus hijos, nietos y bisnietos. El trabajo de toda una vida.

- Mercedes, no hay guerra, todos están bien. Sus hijos...-  Intento recordar el nombre de alguno pero durante estos meses lo único que habíamos hecho es ponerles apodos italianos. En su lugar busqué algo que me pudiese ayudar entre sus cosas. Localicé un álbum y me senté con ella. Hicimos un recorrido por las fotos. No funcionó. Se empezó a poner nerviosa y la dejé en paz.

*


Echaba de menos las charlas en el comedor. No tengo muchas visitas. Mi familia se ha ido dispersando por el territorio y yo me he quedado en el camino. Una vez aquí pude disfrutar del jardín y compañía. En la mesa siempre ha habido risas y gente amable. Mercedes tenía a su familia y yo tenía a mis amigos. Y aquí estamos las dos ahora, sin ser familia y sin saber cómo ser amigas. La soledad me trae recuerdos muy lejanos pero muy claros que me confunden. El presente se vuelve extraño. Mercedes ya está perdida en sus propias memorias, en un tiempo oscuro tan difícil de olvidar que es el único que permanece. Su cuerpo no quiere volver allí. Mercedes ya no come por sí misma. Tiene la mirada ausente.

Me pregunto si puedo despertar su interés de alguna manera. Fui a mi estantería, pensando en cual podría ser el primer libro de Mercedes, pensé en mi primer libro favorito.  Lo cogí y me senté cerca de ella. Me puse las gafas y comencé a leer en alto:

“A vosotras os lo contaré todo... A papá no me he atrevido... ¡Está tan triste el pobrecito! No hace una semana que estoy en el colegio, y creo que ha venido a verme más de veinte veces. Yo sólo lo he visto dos días, porque no lo han dejado entrar. ¡Estoy furiosa!” (...)

Me escuchaba. Y cada capítulo se convirtió en rutina.

- Cuéntame, cuéntame más sobre la niña Celia. – Me pide mientras se lleva el último trozo de postre a la boca.

jueves, 30 de abril de 2020

Un paisaje de un Pub

Y la organización entre locales y visitantes


La ausencia de locales dejaba desnudo al lugar. La sensación es la de estar bebiendo en una casa de muñecas. Todo colocado en su sitio y ordenado. Todavía es pronto, ni siquiera el tenue hilo musical se ha puesto en marcha, aunque el fuego ya crepitaba con fuerza. Este es el paisaje de invierno de un Pub cualquiera.

Un par de eructos aburridos del barman me recuerdan que no estoy sola. Es el dueño del local en cuestión. Sus sonidos gástricos aportan al pub un toque hogareño, inspiran confianza. Estás en su pub y él lo sabe, y eres bienvenido.

Un "local" tempranero se adentra en el pub y se sitúa en el centro de la barra, seguramente atraído por los surtidores de cerveza de luces brillantes. Pide lo habitual, pinta de Guinness y Whiskey. Lo sé porque lo veo no porque haya oído la orden ya que el personaje es de Inishbofin y no he entendido una mierda de lo que ha dicho. Por las contestaciones de Ger, el tabernero, puedo percibir una conversación forzosa sobre el clima, luego sobre el tráfico y, como último intento, hablar sobre un asesinato cometido en la zona. No se da un caso así desde hace cuarenta años, comentan. Nada de estas pláticas cuaja dejando un silencio del tamaño de la barra. Afortunadamente, o que el alcohol anima las fiestas, al cabo de unos minutos encuentran un tema común que debatir. La liga de billar de Westport. La barriga de Ger se apoya contra la barra para hablar más apasionadamente del tema y no dejar que su interlocutor pierda detalle del último lance en la mesa verde.

Otro "local" acude a la cita interrumpiendo la gesta de Ger. El reciente individuo viene decidido y calculo, a ojo, que ya lleva dos o tres pintas puestas. Se le nota la tercera marcha dada y Ger ya está sirviendo la Guinness antes de que este ocupe el lugar estratégico de la barra. La esquina que, más que probable, la habitarán más amigos de la zona. Estos no tardan en llegar y Ger enciende la música.

Creedence Clearwater Revival se reproduce sin piedad a un nivel que no perturba a nadie. Pese a que el volumen no está alto, las voces y el movimiento me distraen de mi libro. De todas formas he calculado bien y no creo que mis compañeros tarden más de diez minutos. Se acerca la hora de la pinta.

Cuando un sector de los "locales" ha empezado a jugar a los dardos uno de mis conocidos entra en el pub. No hemos quedado previamente, simplemente es el sitio a donde ir. Me reconoce, me saluda de lejos pero no se acerca a mi esquina. Los saludos e introducciones no ocurren hasta que se tiene la pinta en mano. Llámalo como quieras, protocolo o prioridad. Me hace un ademán para que me acerque, comprendo que es para sentarnos en la barra, alejándome de mi aislamiento.

La hora de la pinta es también la hora de los visitantes. Estos se esparcen en las mesas alejadas de la barra y cerca del fuego, lugar que para los "locales" es demasiado caluroso ya que es difícil permanecer cerca de las llamas más de una hora. Los visitantes también intentan apoderarse de un hueco en la barra, ahora bastante demandada, pero los sitios libres a los dos lados del "local" tempranero permanecen vacíos. El hombre acosa incluso a la gente que pasa por detrás con alguna pregunta inteligible. Más tarde los asientos son ocupados por otros dos señores ebrios que parecen entenderse en el mismo idioma.

En la primera pausa para fumar la esquina de los locales se queda desierta. Nadie roba sus asientos o toca sus cosas. Mi compañeros, que ya somos una pequeña panda también salimos a fumar con plena confianza y dejamos nuestras pertenencias en la silla.

Y nada más. Lo mismo, los mismos en el mismo Pub. 

jueves, 23 de abril de 2020

La Manzana Podrida

<<... y entonces te abres por la mitad como si fueras una manzana, quitas lo podrido que hay dentro y te vuelves a cerrar.>>
Era una noche en la que nos habíamos quedado en casa bebiendo cubatas y, tras debatir sobre el papel del General Rommel en la segunda guerra mundial, sobre quién era la más paquete de nuestro equipo y tras tratar de recordar en qué momento cambiamos del vodka limón al 43 con cocacola, acabamos hablando sobre terapias alternativas contra la depresión. Una de las asistentes iba cada cierto tiempo a una bruja sacapelas que le recomendaba meditación y viajes intrapersonales a ninguna parte.

Nos estaba comentado el procedimiento de una de ellas y, he de admitir, era interesante. Como viajar al pasado y sacar la basura. Solucionado. Bebía mi copazo con escepticismo ante tal siniestro mental sin poder evitar prestar atención. Esto me recordó unas palabras de otra amiga sobre su experiencia en la renovación del carné de conducir:
-         ¿Ha experimentado usted en algún momento depresión, estrés o ansiedad?
-         Claro que sí, soy una persona humana
-     ¿Está tomando medicación?
-     No, pero me encantaría.
Lo que quiero decir en que cada uno lleva lo suyo a su manera, no sin el deseo de que las sombras se vayan a paseo.

<<...lo de la manzana es lo mas difícil.>>Concluía. Ya te digo difícil, como que no tiene sentido alguno.


Un sol cálido y amarillo se colaba por las cortinas convirtiendo mi ligera modorra en hormigón armado. A la hora de la siesta lo único que se oye son los soporíferos murmullos procedentes del salón correspondientes a los documentales de la 2. <<Es una mierda cuando ponen documentales de monos porque gritan y me fastidian la siesta>> suele declarar mi madre. Por suerte hoy solo se percibían sonidos de pajaritos y bosque.

Decidí tumbarme en la cama para ponerme en sintonía con el ambiente de la casa, pero algo atenazaba mi corazón y mi mente como una intoxicación. Era uno de esos días un tanto melancólicos. Aprovechando que mi cerebro se encontraba en un estado entre sueño y vigilia decidí hacer el experimento que nos había propuesto la colega. No perdía nada por intentarlo, a ver qué se cuece:

Inspira, espira... inspira, espira... inspira...
Cuenta atrás desde diez.
Me encuentro frente a una puerta que resultó ser la misma que la de mi sótano.
La abro y le siguen unas escaleras. En mi mente estas bajan en espiral y son de metal, como las de una biblioteca enorme y antigua, pero nada alrededor.
Sigo bajando hasta que estoy sumergida en completa oscuridad.
Abro otra puerta que da a un laboratorio. Tubos y botes con líquidos de colores. Parece un anuncio de un juguete para crear tus propias chuches.
En medio del caos hay una televisión con la pantalla en blanco. Me introduzco en ella.

En este momento supuestamente apareces en un momento traumático de tu pasado. Mi mente tenía claro qué época escoger y todo sucedió como un sueño y de forma automática.

Estaba en el patio del mi colegio. Hacia un frío que pela. Me situaba a pocos pasos de mi yo de 7 años. Estaba castigada en el banco de piedra a copiar cinco veces el cuadro de las formas verbales del verbo estar. Escribir con guantes es inútil ya que el lápiz se resbala, pero que mis dedos estuviesen o estuvieseran entumecidos y doloridos no se consideraba maltrato físico. La infección de los riñones por el frío tampoco.

Hay un par de castigados más con los que intento establecer algún tipo de complicidad, pero ninguno de los dos ni si quiera hace atisbo de escucharme. Están copiando lo más rápido posible para irse a jugar, aunque se tratase solo de tres minutos antes de la campana. “Malditos alienados”. Tenía cierto sentido de insurrección ante la autoridad para no acatar el castigo, pero he de admitir que también era cuestión de motivación: finalizar antes para jugar, ¿con quién?

Me quedo sola en el banco. Ya ni siquiera estoy copiando. No vale la pena. En ese momento me acerco a mi mini yo, mandando a la mierda el procedimiento – venga, vámonos. – me cojo de la mano. – ¿a donde quieres ir?

-A casa de la yaya - respondí rápidamente.

Atravesamos el campo de fútbol en el que se sucedían seis partidos simultáneos, uno por cada curso, y nos metimos en el coche. Conduje el seat 127, maquina a la que le he tenido más cariño que a muchas personas, hasta nuestro destino.
Entregue mi joven versión a mi abuela. Ha sido bonito volver a verla. Me deje pasar el día con ella, sin adultos a los que tuviese que hacer la comida y servir interrumpiendo un abrazo o alguna historia.
Me di ese respiro pero algo no funcionaba. Tenía que volver. Me había quedado dormida siendo mecida en la butaca. Me aparté suavemente de los brazos de mi abuela. Era hora de devolverme al cole.


El recreo había terminado y me incorporé directamente a la clase.
Negándome a dejarme sola en el transcurso y práctica del feliz aprendizaje decidí quedarme un poquito más antes de irme, pasando de hacer la estupidez de lo de la manzana.

Veo como me siento obediente en mi pupitre. Saco mi libro, mi estuche y, tímidamente, mi cuaderno. No he hecho los deberes e intento tapar el crimen con las manos en lo que dura la corrección en voz alta de los ejercicios. La profesora se percata. El apellido me ha jugado una mala pasada y me ha tocado todo el curso, gracias al orden alfabético, un plano general de la mesa de la maestra y su ilustre presencia.

- Corrige el siguiente ejercicio – Me dice, saltándose el orden de fila.

“qué asquerosa es.”

-         N-no lo tengo - El corazón a cien. Se siente como el fin del mundo.

-         Si ya te veía. ¡Lo estaba intentando tapar con las manos! – se burla dirigiéndose al resto de la clase y me imita recreando el gesto de mis manos añadiendo voz de mongola a su actuación.

“malparida”

-         Pues ya sabes – castigada.

“imágenes del holocausto me causan menos pena que tu, despropósito humano.”

Cinco rayas al lado de mi nombre en la esquina de los castigados en la pizarra. Ni en el peor de mis curros me han dejado cinco días sin mi descanso. Llevo ya tres días teniendo que cumplir seis.
Delante de todos mis compañeros tengo que añadir la humillante línea. Sus miradas y su juicio se sienten como un suspiro frío en mi nuca. Mis manos tiemblan una vez más y lo único que siento es vergüenza, extrema soledad y ganas de llorar. Hecho que empeoraría la situación. La presión hace que todas mis fuerzas se enfoquen a no dejar caer ni una lágrima causándome dolor de estómago.

Me gustaría que en esa época me hubieran facilitado lecturas como “teo se enfada porque le han tocado mucho los cojones” o series como “las tres mellizas y la profesora asquerosa”. Cuando eres pequeño te enseñan que enfadarse es malo, independientemente de los factores, y menos contra la profesora. Saber cuando mandar a alguien a la mierda es algo que se aprende con el tiempo según se te van abriendo los ojos, en este contexto no pude evitar decirle un par de cosas a la docente.

“Aquí lo único podrido eres tú.”

viernes, 17 de abril de 2020

Un atarceder en Galway

Y la pérdida del individuo frente a la masa entre la basura

Galway, ciudad universitaria. Destino alcohólico y de consumo. Ambiente joven y cultura irlandesa, rozando los límites de la invasión turística pero sin llegar a convertirse en un Carroll`s gigante como Dublín. Mi visita nada tiene que ver con los aspectos anteriores. Haciendo uso del eficiente y lustroso transporte del país me había levantado a las cinco de la mañana e iba a volver cerca de las once de la noche a Westport tras haber hecho un examen de apenas media hora en Limerick. El segundo trasbordo del día en Galway coincidía con la hora de la dinner. Hacía sol, ese era el milagro, así que me compré comida para llevar y me he fui a la costa. El atardecer se presentaba interesante. Intento hacer una foto con él móvil con la última raya de batería, el resultado deja mucho que desear así que me aumenta la mala hostia que traía desde Limerick. Pero aquí me encuentro.

Respecto al último tramo que me ha traído a este plácido lugar he atravesado la zona del Spanish Arch situado en la desembocadura del río. Un día soleado como este tras la temporada de exámenes los estudiantes se apiñan en grupos inundando la orilla con su juventud. Según iba avanzando tratando de no pisar a los jóvenes adultos me percato de que es difícil ver el suelo de la mierda que hay. Bolsas de plástico, latas de cerveza, botellas... Estas generaciones que festejan rodeadas de su propia mierda son, junto a gran parte de la población, los que ocultos tras las pantallas de sus dispositivos se preocupan por el Amazonas y se horrorizan cuando se destina dinero a Notre Dame. Todo eso dejando la bolsa de crisps vacía a dos palmos del mar. Pero lo peor que me estaba encontrando no es la absoluta hipocresía y pasotismo ante el medio ambiente, sino la banda sonora que me estaba acompañando en mi travesía. Gracias a los móviles o de los bluetooth speakers cada pequeña colmena se estaba montando su propia fiesta. Pero todos y cada uno de los grupos escuchaba la misma mierda. Trad, Pop moderno, ni idea, como lo llamen. Como cinco veces en treinta metros me pareció oír a Billie Eilish. Sin distinción entre grupos o individuos respiré feliz al acabar de atravesar la masa uniforme de gente y basura. 

De todas formas agradecer al pésimo y bullicioso panorama que me hizo andar más lejos y llegar a la zona de la playa donde no había ni dios.  En ese momento que estaba en el humor ese de que no se me acerquen ni niños ni perros, opté por la medicina natural. Mirar las vistas.

Sin ningún dispositivo de captura de imagen no me queda sino describir el cuadro. Si tuviera que describirlo con un sentimiento diría que me duele más el no haber traído la cámara que el haber perdido el autobús por pava con el cual estaría ahora ya en mi casa. Si tuviera que describirlo con palabras diría que el mar es rosa, el cielo se dibuja en líneas, que nunca había visto antes ese azul y que la gente no son más que lejanas siluetas a contraluz, que es como si no las viera lo que me satisface enormemente al estar cansada hoy del género humano.

jueves, 9 de abril de 2020

Clare Island

Mi experiencia y recomendación de la visita a la preciosa isla de Clare



Mierda, migraña. Suena la alarma pronto por la mañana alejándome de mi situación de letargo incómodo ocasionado por un dolor en la parte frontal derecha de mi cabeza. Aún es leve pero irá a más, que me conozco, e irse no se va. Pero lo que realmente me despierta son las palabras de mi compañero que con entusiasmo me contagia la ilusión del momento. Habíamos organizado una escapada a Clare Island, uno de sus destinos favoritos y al que yo había insistido en ir desde hacía tiempo. La aventura: viaje en ferry, pasear por la Isla, ver los acantilados y disfrutar del día que prometía sol. Prometía, pero no acababa de cumplir.

Mi migraña y yo nos preparamos e introduje mi cuerpo en el taxi que nos llevaría al puerto más cercano a la Isla, en Roonah Pier.  Mi muchacho llevó a cabo toda la conversación con el taxista ya que mi inglés se había limitado a “hello” y “yes”, o más bien “no”. Me dediqué todo el viaje a mirar por la ventana viendo como las gotas de lluvia se escurrían por el cristal, intentando sentir el frío en la frente para calmar mi ardiente cerebro.

Para cuando llegamos a la zona de embarco el frío viento ya se me estaba colando por el cuello haciendo de la espera a la intemperie algo incómoda en instaurando el frío en mi cuerpo para todo el día. El mar, por su parte, se agitaba cada vez más demorando el amarre del barco al puerto. Al fin pudimos montarnos y nos sentamos en el camarote de pasajeros. El ferry se balanceaba, no me causaba mareo alguno, solo un ligero acojono justificado al ser una nueva experiencia. Al cabo de un rato, ya en ruta, decidí dejar de mentir y sugerir el ir a fuera a tomar aire fresco. Al estar el clima como estaba nos dejaron asomarnos solo a la parte de atrás donde me agarré a una cosa de barco ignoro el nombre, y ahí me quede pegada al cacharro como un gatete, subiendo y bajando,  admirando las olas.

Una vez en tierra, veinte minutos después, el sol por fin se había dignado a aparecer y calentaba el ambiente con una luz cálida. Nos dispusimos a empezar la ruta. Como es normal en esta zona los paisajes y ruinas son humildes pero bonitos. Así poco a poco mi guía y compañero me fue descubriendo uno de los castillos de Grace O’Malley, una pequeña playa rocosa, el puerto y el único pub de la isla. Esto fueron diez minutos. La zona poblada es minúscula y en nada estuvimos envueltos de verde y ovejas. Lo que me llamó la atención fue el aspecto post apocalíptico del pueblo. Los coches, viejos, descoloridos, rotos. Lo que creía que era un desguace resultó ser un parking. El misterio es que, al no llegar la autoridad a esta isla, los habitantes se pasan las restricciones por el forro de los asientos. Para qué arreglar una puerta si la puedes arrancar, utilizarla como parte de la verja para las ovejas y tapar el agujero del coche con cinta americana para que no te entre la lluvia. ¡Para qué ir a Cuba teniendo Clare Island!

Lo de los vehículos me pareció harto curioso y archivé debidamente los detalles en mi memoria. Lo de expresar entusiasmo alguno no podía sucederse dado el aumento de mi dolor de cabeza, así que mi pobre acompañante, desesperado y molesto me empezó a preguntar que qué me pasaba y si estaba bien. “Nada, que tengo migraña”. Él, que algo me conoce, me dice “lo que pasa es que tienes resaca de ayer.”.
-         Que no, que es migraña- Contesto contundente y convencida. No es posible que sea resaca ya que con el pretexto de la excursión de hoy ayer me retire temprano tras solo tres pintas y un whiskey.
-         Tienes migraña porque bebiste.- Deduce y se resigna a continuar la caminata con el muerto viviente.
-         Que no.-

Pese a que la migraña no solo actúa en mi cerebro sino que baja por el cuello y me acaba causando que me de mala gana todo, hice un esfuerzo y saqué la cámara. Tenía que hacer foto a esos verdes, a esos azules. A las ovejitas con crías. A la luz. Casi no podía mirar por el visor así que confiaba en poner bien los parámetros técnicos y disparar. Ni siquiera tenía la esperanza de estar haciendo buenas fotos, pero tenía que hacer fotos.

Arrastrando mis pies llegamos el punto álgido de la visita, los acantilados. Me tumbé en la cálida hierba y me asomé. Impresionante. Y así tumbada viendo como chocan las olas contra las negras rocas y viendo a las gaviotas volar de extremo a extremo me empezó a dar una modorra de lo más apacible. Siestecita. Con la afirmación de “un acantilado no es el mejor sitio para dormir” el muchacho me insto para abandonar ese puesto que yo no habría abandonado en mil años de lo bien que se estaba. Pero hice caso suponiendo que razón tenía aunque, dormir, dormir, no me iba a quedar frita. Imposible con migraña.

A la vuelta mis ojos dijeron basta y declararon objeto non grato a la luz. El viaje en ferry fue apacible y soleado. Me lo pasé intentando absorber el calor de la madera en cubierta, esta vez la parte de delante. La espera al coche para volver coincidió con la caída del sol sobre Caher Island. Sobrecogedora imagen a la que hice caso por obligación ya al borde del lloro por el dolor y del congelamiento por el frío.

Una vez en casa en la oscuridad dispuesta a apagar el sistema sin actualizar y triste, pensando en el día que había perdido de no haber estado mala, la isla volvió como si se tratase de diapositivas. Sobre el negro iban apareciendo los colores y las formas, el verde, el rojo, el sonido del mar a la vez que (gracias a la aportación del Ibuprofeno) se me iba descongestionando la cabeza.

Y las fotos... menos mal que tengo las fotos.
Volveré.


jueves, 2 de abril de 2020

COVID-19 o que poca gente me cae bien

sobre la oportunidad que tenemos de hacer historia. Tú, yo, él y unos cuantos millones de pringaos más.


-... y nos refugiábamos en el campanario, que seguía sonando mientras caían las bombas. Pasaba mucho miedo y las campanas me daban mucho respeto. Me tapaba los oídos muy, muy fuerte ¡qué ruido! Acababa siempre con dolor de cabeza. - No era la primera vez ni sería la última que mi abuela me contaba la anécdota del campanario, una de tantas de las historias de la guerra. A mí, que me contase lo que quisiese, que me parecía harto interesante. Por entonces tenía seis años y estos relatos, para mí y para muchos de generaciones colindantes, fueron las primeras nociones históricas que tuvimos.

-Yaya, ¿Cuándo será la próxima guerra?-
-   ¡Ay, calla! Nunca, si Dios quiere.-

La manera en que se narraban esos relatos me había dado una visión de la historia cíclica. La guerra parecía algo que tenía que suceder en la vida de uno. Naces, vas al colegio, trabajas, tienes hijos, pasas una guerra, nietos, y mueres. Algo normal, rutinario.

Luego vas al colegio y en clase de historia te enseñan los acontecimientos como algo lineal, como si el fenómeno de acción-reacción se distribuyese en parejas y se desvaneciese. De hecho están organizados en temarios y una vez te examinas de uno te puedes olvidar de él para abordar el siguiente. Para finiquitar, la Gran Cagada, o la Gran Guerra, causó la Segunda Guerra Mundial y de ella nuestra sociedad aprendió a no cometer los mismos errores de nuevo. Todos amigos tras la creación de la Unión Europea y al malo localizado, definido e identificado; y por si acaso, caricaturizado. Eso y el temario de la transición española que nunca se llegaba a dar en clase (coincidía con los primeros rayos de sol de verano) eran las nociones históricas más relevantes de nuestro tiempo y geografía. Franco ha muerto y el bando de los buenos bien definido, todos tranquilos y felices. Lo siguiente, San Mateo.

Pero nada es tan simple, y menos la historia. No importa cuán lejos en el tiempo se sitúe un suceso que aún hay divergencias. Pero el libro de texto el mismo para todos, igualdad de oportunidades. Las estrategias bélicas caducan y reinventan. Las amenazas evolucionan pero no desaparecen. Quién sabe a qué se enfrenta nuestra generación, la del internet. Lo más paradójico de la crisis en que nos encontramos hoy en día es que ya no hay grupos que se pelean y se matan, si no que estamos en un enfrentamiento simultáneo entre todos los individuos del planeta. Mi opinión ante esta crisis o cualquier otra es que dudo mucho que estemos preparados, creo que somos la generación menos preparada de la historia. Viene una hostia.

Admito el vértigo y el miedo que me causa esta reflexión a la que muchos ya habréis llegado o estaréis intentando ignorar, pero prefiero estar alerta. ¿Seremos nosotros la próxima generación que cuente nuestra vida con fotos eternas de gente joven? 

jueves, 26 de marzo de 2020

SLÁINTE


Una historia basada en hechos reales que no ha pasado pero que podría pasar.

Un grupo de españoles establecía asamblea en la smoking area de su pub favorito tomándose unas pintas después de trabajar, cada uno con su uniforme correspondiente. Una de bellas artes, una de ingeniería, una de comunicación, otra psicóloga y el último derrochando filosofía no remunerada en cada frase. En común, todos ellos camareros y con ese tufillo a estrés de “me empiezo a preocupar por mi vida que voy derecho a los 30”.


Una con camisa morada, otra con un polo naranja. Si no fuera por la popularidad en restauración del sutil color negro este grupo de apátridas se parecería a las tortugas ninja tras un proceso judicial rápido ocasionado por una larga e intensa velada. De este panorama se libra la sexta del grupo, que acaba de llegar, pues dada la libertad de vestimenta que otorga el oficio de au pair se libra de no hacer conocer su procedencia laboral.

En esta escena costumbrista estos amigos unidos por el lenguaje se reúnen para beber, despotricar sobre sus trabajos y comentar las nuevas noticias y chascarrillos hasta que uno, o dos, o todos juntos por consenso espontáneo, presentan la siguiente cuestión: “¿Nos echamos otra aquí o nos vamos a otro sitio?”. En el caso de que no haya error de cálculo derivado de la reciente llegada de un nuevo personaje con su correspondiente refrigerio o de algún sediento impaciente que aparece con una nueva Guinness en mano antes de que dicha frase sea propuesta, los amigos se suelen fumar un cigarro, presionan al último por beber y, decididos, se dirigen a introducir sus respectivos cuerpos en otro garito parecido o similar. Por variar.

Para esta ocasión la Spanish Armada nos habíamos movilizado a uno de los pubs menos usuales en nuestra rutina. Unos conocidos músicos desarrollaban su actuación en dicho local y, nosotros, contentos con la smoking area, la música y el resto de coetáneos que ahí se daban decidimos echar una o las que se precisasen.

Curioso el tema de la música en directo en los pubs, peculiaridad de Irlanda y uno de los aspectos que hacen que muchos nos quedemos prendados de ella. En España no hay de esto, decimos, afortunadamente está creciendo, suelo añadir. Pero no es lo mismo. Estamos en lugar turístico así que muchos de los pubs reúnen a numeroso personal proveniente de todos los puntos cardenales del mapa esmeralda, aspecto que recogen mis colegas músicos y no dudan en explotar:
-         ¿Where are yee from, yourselves,?- preguntan como si fuera la primera vez a unas personas que no alcanzo a ver con las que habían empezado a interactuar.
-         ¡Donegal!- Oigo responder.
-        ¡Donegal!- porque ese lugar siempre causa mucha expectación pese a que siempre hay alguien de dicho páramo y no sea novedad. Y claro, los músicos, sin ni siquiera plantearlo, ya están entonando “Hills of Donegal”, que es una canción bonita de oír, por lo menos las primeras veinte veces, con un ritmo bastante afable y feliz.
Y esto se repite. Entre aplausos y yo intentando no derramar mi pinta el cantante alza la voz para decir “Hey, there is people from Galway over there!”. Y ya los tenemos inmersos en “Galway girl”. Apoyada en la barra ausente a la conversación de los que hacen uso de la lengua de Cervantes y de los de Sheakspear me imaginé esta misma performance made in Spain. Los mismos muchachos un poco más morenos apelando a la regionalidad de la gente para amenizar su actuación en un bar de Logroño en San Bernabé, por ejemplo.
-         ¿De dónde sois, vosotros, los de atrás?-  Tendrían que situar la pregunta al no haber intención de interacción por parte de los oyentes.
-       Huesca.
-     ¡Huesca!- Para que queremos “Hills of Donegal” teniendo “Cuando vayas a Huesca” de Joaquin Carbonell. Cosa más seria.
Y sino:
-         ¡Soria!- “¡Voy ca-mi-no Soooria!”- Mucho más alegre.

Admití que podía ser curioso pero que el margen de edad no bajaría de los 60, eso sí, cerrarían las gigs con “Fiesta pagana” o “legalización”, sin perder la tradición verbenera de la tierra.

Para cuando acabó la música los que quedábamos habíamos alcanzado un nivel de embriaguez de esos que hacen fumar a los no fumadores y confraternizar con desconocidos, pero con tranquilidad. De eso que no se está eufórico pero sin darte cuenta la palabra “no” se va diluyendo hasta convertirse en “quizás”. En este estado en el que las situaciones transcurren por inercia uno de los músicos, natural de Ballycroy, Rory O’Malley, nos propuso la siguiente parada de la noche. No sé en qué contexto y plática, pero el plan era el siguiente:
-      There is a beach party tonight in Achill, It will be all night long. I think all of us should go, I’m going, the band is going. Good fun, great craic!- Este colega local es de naturaleza inclusiva y algo peculiar: Irlandés abstemio, cuenta la leyenda que no necesita beber, que se cayó en una barrica de whiskey cuando era pequeño, que pese a no tomar anima las fiestas y nunca parece incómodo o aburrido en conversaciones de madrugada.
-     I think is a good idea, I’m off tomorrow. Que de puta madre vamos, me parece.- Alba, que llevaba ya fuera de rosca desde la segunda pinta nuestra, venía con los deberes hechos de casa, no se quería perder ni una mientras pudiese en esta efímera existencia que nos toca.
-         A ver bien, but, how we come back? I’m working at 6 in the evening...- Blanca siempre tiene en cuenta el factor trabajo, no solo en llegar a tiempo, sino en llevar a cabo un buen cometido. Más por no agobiarse que por buen servicio.
-      Me too, I don’t really want to get piss, but could be nice to go if we can get a lift back on time.- Vadim, que se muestra prudente ante una fiesta irlandesa en la playa será el primero en hacer beber a todo el grupo con la consecuente pérdida de sentido. – Actually, we can go to my house first and take the vodka and Kalimotxo from last week, Maybe is shit but is better than nothing.- Ahí estamos.
-         No worries!- Rory se mostraba insistente, parecía totalmente convencido en prestarse en pro de nuestro disfrute en su país- I’ll bring you folks back in the morning, I have to do some stuff in Newport so I have to leave up anyway.
Yo había permanecido callada todo el tiempo. el grupo se mostraba tímido pero convencido. Se esperaba mi respuesta como miembro permanente. Tenía que decir algo, pero no quería decirlo. Claro que quería ir a Achill en plan locurón. Quería ir y bailar lo que pusiesen y acabar con la corbata del curro enrollada en la cabeza si se diese el caso. Pero...
-         Entro a las 9.- Se podia ver la tristeza en mis ojos- I’m at 9 tomorrow morning- me corregí.
El murmullo en español consecuente argumentando que la vida es corta o que si fueran las 7 u 8 sería diferente, etc, fue interrumpido por Rory.
-         We'll be back before 8!. You can sleep in the van if you need to!
El plan fue recibido con jolgorio y alegre aprobación. Ya llevaba el uniforme puesto, otro punto a favor. Yo, que de todas formas no me fiaba un pelo, que me conozco, esperaba que nadie pronunciase la popular fatídica frase.
-         You’ll be grand!- Sentenció Blanca acercándome un vaso de whisky.


Pasajeros al tren. En este caso, a la furgo. Alba empezó a hacer matemáticas.
-         Espera, look. We are five, and there is only place for... two!- Su voz transmitía intensa preocupación.
-         That’s right! But there is enough room in the back- Conociendo a Rory no era algo que nos sorprendiese y, como la capacidad de negación estaba ya defenestrado en nuestros procesos químicos mentales, nos peleamos por ir en la parte de atrás.
Quien haya transitado las pobremente asfaltadas carreteras del condado de Mayo sabrá que es un reto ingerir cualquier líquido en lo que dura el viaje. Sobretodo sin cinturón y sin luz en la trasera de una furgoneta. Blanca, Vadim y mi persona decidimos que dicho reto no era tal sino un deber, y el vozka bajó considerablemente durante el trayecto. María, falta de reflejos ocasionados por la sobre ingesta de Guinness, más se podría decir pesadez, anduvo lenta en elegir sitio y se quedó sin montarse en la atracción de las tinieblas, así que acompañaba a conductor y a Alba en los asientos reglamentarios. Alba quería estar cómoda y admitió que igual se mareaba un poco, que la Mescan Extra* no es una bebida que sea necesario agitar.

Desde atrás, que solo nos hacía falta la piscina de bolas para hacer más el mongolo, lo único que oíamos era a Alba hablar y otro extraño sonido que se repetía cada vez con más frecuencia. Tos. Rory tosía educadamente. Una vez. Dos. Dos seguidas. Otra vez. Esta vez dando libertad al tosido como alguien que quiera expulsar al demonio exprimiendo alvéolos.
-         You alright? ¡Que se nos muere el Rory, pobrecito! Bueno, y nosotros detrás- Dedujo María ante la magnitud del ataque de tos.
-         Stop the van!- A Alba no le gustó la idea de un inminente accidente y a Rory supongo que tampoco le hizo gracia, así que paró e hicimos un alto en el viaje.

Al parar nuestro taxi Alba salió escopeteada a buscar un sitio para miccionar, las otras dos se quedaron asistiendo al enfermo y Vadim y yo nos fuimos estudiar el terreno en plan comando de exploración. La sensación de aventura, el alcohol y la oscuridad nos hizo parecer que la distancia recorrida era considerable, pero cuando nos paramos aún podíamos oír las voces de nuestros camaradas. Decidimos no proseguir con la exploración al encontrarnos con una entrañable vista. Un muro de piedra medio derruido parecía encauzar un río que brillaba a la luz de la luna y que reflectaba las luces de una casa allende la pradera dándonos, con sus destellos, pequeñas pinceladas de lo que formaba el paisaje que, como toda irlanda, se basaba en más muros de piedra delimitando fincas, pequeñas arboladas, una casita abandonada y las pequeñas hills.

Mientras establecíamos el campamento con accesibilidad al preciado líquido Blanca y María se encargaban de que no nos quedásemos sin conductor cuyo ataque de tos no mejoraba.
-         ¿No hay agua o algo por ahí, en la furgoneta? Have you got any water in your van?- María miraba al muchacho en busca de respuesta afirmativa, pero este negaba con la cabeza.
-         I’m fine! Coff, coff. It’s alright. Give me a minute... COFF, COFF.- Su ojos lloraban y su mano en el pecho no inspiraba ninguna confianza.
-         Pues solo tenemos Klimotxo. Toma, bebe. Drink this- Blanca acababa de aportar la única solución viable.
-         No, tha... coff, coff, thanks. I dont’t drin... coff, drink- Rory se apartaba de la botella como si la cargase el diablo o se tratase de lixiviado.
-         It’s just coke, the wine is already gone. Practically is not alcohol in here.- La desesperación y el tono de voz de” nunca mentiría” de la sevillana hizo que Rory agarrara finalmente la botella, pero aún así dudaba.
-         You’ll be grand!- Blanca, finiquitando. Y Rory finalmente bebió.


Como de costumbre ante la presencia de ovejas me dispuse a entablar conversación con ellas. Los balidos se oían lejanos en la oscuridad pero suficiente para hacer posible una supuesta comunicación. Pero nada, sin respuesta.
-Prueba a cambiar de registro- Vadim intentaba aportar soluciones totalmente interesado en acabar el ejercicio con éxito, pero aún cambiando de tono no obtenía respuesta de las rumiantes.
La conversación ovina se vio interrumpida por Alba. Se la oía acercarse pero no llegar, así que decidimos echar un par de voces para orientarla. Finalmente apareció.
-         What are you doing? ¡Anda, un río! Qué bonito, ¿me puedo asomar?- Cada uno tiene sus instintos bajo los efectos del alcohol, pero no sé qué le llevó a la mujer a abrazar el muro. La mayor parte del cuerpo estaba inclinada hacía tierra por seguridad pero yo no podía evitar tener algo de vértigo viéndola. -¿Pero habéis visto que reflejos?-
-         Es bonico, sí.- Y lo era de verdad. Era un paisaje de esos que te quedas mirando un rato para capturarlo cual fotografía en tu mente. Fotografía en la que no solo guardas imagen, sino olores, sensaciones e incluso el sentimiento que acompaña al momento. Y, como se puede observar, habíamos entrado en el estado de borrachera melancofilosófica.
-         ¿Os dais cuenta de que cada uno de nosotros estamos viendo algo diferente? Porque lo que veo yo no es lo mismo que lo que ves tú. Porque seguro que no vemos el mismo rojo o la misma luz, será diferente. Cada uno tiene su visión.-  Alba abrió tema.
-         Cierto, la percepción es distinta, pero vamos que es bonito para todos.- Vadim se quedó con cara de seguir reflexionando para reforzar o refutar la teoría. O no.
-         Sí, sí, pero que no es lo mismo lo que ves tú a lo que veo yo. Si os dais cuenta nunca sabremos cual es realmente la realidad. De hecho ¿cuál es la realidad, los árboles o su reflejo en el río?.-
-         Yo creo que ambas son parte de una misma realidad pero, como tu misma estás diciendo, el reflejo, que se muestra cambiante debido a las ondas del agua, representaría la parte subjetiva. La parte de la realidad que cada uno percibe diferente.- Aporté. No sé si callamos unos segundos por haber finiquitado la teoría o era que el tema no daba para más.
Vadim seguía pensativo, Alba y yo cambiamos de tercio.
-         Pues yo me tiraba.- Afortunadamente se había bajado del muro adoptando posición de persona.
-         A ver, si te tiras yo te sigo. Por apoyo. Pero vamos que no hay necesidad.-
-         Pues no creo que vayamos a estar aquí nunca más en la vida, yo creo que la cosa sería tirarse, como despedida.-
-         Si yo lo digo en serio, en el caso de que lo hagas yo te acompaño, con toda seguridad. Doy mi palabra.- La verdad que estaba sintiendo en mi interior una pequeña fuerza que me empujaba hacia el agua. Esa fuerza que te hace hacer el gilipollas y acabas lesionado sobre las cuatro de la mañana.- Ya me imagino mañana el artículo en el Mayo Adverstiment: “Dos españolas very drunk rescatadas de ser ahogadas en un río. <<Yo me tiro>>, dijo una, <<Si te tiras tú me tiro yo, apuntó la otra>>” –

Según planteábamos la cuestión oímos como el resto del grupo se acerca. Y se oye como un canturreo.
-         ¿Por qué Rory está cantando el maldito Hills of Donegal?- Tenía que ser esa canción, que no la había escuchado nunca.
-         Pues que le hemos dado un poco de kalimotxo para que se le pasase la tos y ahora no calla. Pero se le ve contento, oye.-
-         María, se te ha olvidado decir que en cuanto nos hemos dado la vuelta ha vuelto a agarrar la botella. Que tenía más tos decía.- Blanca no se mostraba contenta ante la reducción de bálsamo festivo.
-         Bueno, hay que entender al muchacho que, en el fondo, lo lleva en la sangre. Además sí que es verdad que se le ve más contento.- Volví al tema.- Alba, ¿nos tiramos o no? Dónde había quedado la cosa.
-         A mi lo único que me parece mal es que nuestro conductor está borracho, pero si quiere beber que beba. A ver es que estoy pensando que habría que quitarse por lo menos las zapatillas.-
-         Si no me importa que beba, es que no se calla, lleva cantando “Hills of Donegal” todo el rato.-
-         ¿Si se pone malo qué hacemos? Que no está acostumbrado a beber.- María había propuesto una pregunta interesante, pero nadie estaba lo suficientemente sobrio como para preocuparse.
-         Pues se le sujeta el pelo. Bueno, a este no que no lo tiene largo, y a esperar a que se le pase. ¿Pero os vais a tirar de verdad?-
-         Yo estoy a la espera de las órdenes y/o movimientos de Alba.-
-         Yo no me tiro pero os apoyo.-

De repente oímos un chapuzón. Mientras Alba miraba hacia abajo yo me volví a ver quién había sido el subnormal que se había caído o saltado. Blanca se reía mientras se llevaba la mano a la cabeza, Maria estaba con la boca abierta y la gramola Rory había cambiado el hit a “Fisherman´s blues”.
-         ¡¡¡¡¡Vadim!!!!! ¿Pero qué haces?- El cuerpo de Alba estaba peligrosamente inclinado hacia el abismo. – ¡Que se ha tirado!- Nos comenta, por si no nos habíamos enterado.
Tras recuperarnos del shock nos apresuramos a pescar a nuestro amigo que, al ponerlo en tierra, parecía contento. Con excitación por el frío pero con serenidad se dispuso a explicarse.
-         Os estaba escuchando como os convencíais para tiraros y, de hecho, mi proceso mental estaba siendo el mismo, solo que yo he contado con la motivación extra que supondría ser el primero. Ha sido cuestión de factores-
-         Ah, bueno. Eso lo explica todo. Yo creía que simplemente estabas muy borracho.- Declaré.
-         Eso también.-
-         Se me han roto los pantalones por subirme al muro.-

Alba tenia la entrepierna con ventilación, Vadim estaba totalmente mojado y todos, cada uno encajando el momento, habíamos miccionado a gusto, así que decidimos continuar el viaje. Desandando nuestros pasos no tuvimos problemas en llegar a la furgoneta. Llegamos rápido y en silencio. Hubo alguna risa pero había un silencio perturbador. Ovejas balando a lo lejos, el viento moviendo las hojas y nada más. Habíamos perdido a Rory.
-         ¿Alguien sabe en qué momento ha dejado de cantar?-
-         ¿No se habrá caído al río?-
-         A ver, no dramaticemos, igual esta meando por ahí.- Nos aferramos al supuesto de Blanca durante dos minutos. O más.

Agudizamos el oído no vaya a ser que nos llegase la radiofrecuencia de “Auld Triangle” o similar. Nada.
-         Llámalo a ver, Isa, tu tienes su número.- Me ordenaron en sevillano.
-         Sí, pero no tengo saldo.-
-         Pero como vas por saldo, ¿no tienes contrato?.-
-         Que nunca llamo a nadie, y todos están siempre en el pub de siempre o en el otro.-
Cedí el número. No daba señal.
-         Creo que nos toca ir en busca y captura del muchacho.- A mí personalmente me gusta la aventura, pero de haber tenido las llaves de la van lo habría dejado para otro día.- ¿Un comando de obediencia ciega que se preste?-
-         A ver, vamos todos...
-         ¿Nos separamos para buscarlo?- Buena idea María.
-         Eso es lo que dice el primero en desaparecer en las pelis.- Buen argumento Blanca.
-         Pues vamos tres y dos.- Alba y las mates otra vez.
-         Yo creo que es más divertido si vamos todos juntos, por la coña digo.- Y ganó Vadim.
Todos juntos y casi de la manita nos aventuramos hacia la oscuridad hasta que el canguele general derivado de la falta de luz y orientación nos obligó a pararnos y recapacitar.
-         Tengo una idea.- El único hombre del grupo decidió pensar un plan “B”, con suerte algo ingenioso y elaborado con un forzado resultado favorable:
- ¡¡¡¡¡ROOOOOORYYYY!!!!!! - Buena idea. Nos unimos al coro, desgraciadamente sin resultado. Lo que sí empezamos a percibir fue una extraña presencia. No era Rory. Luego percibimos más. Nos estaban rodeando. Estábamos siendo sitiados por vacas. Muu, y echamos a correr como condenados. Tras pisar tres o cuatro mierdas bovinas llegamos al punto de encuentro. El lugar era correcto pero faltaba un pequeño detalle. La furgoneta no estaba. Lo único que había eran las botellas vacías de Vozka y Kalimotxo en el suelo.
-         Se ha llevado la furgoneta, y la fiesta...- Apuntó tristemente Blanca, inclinada sobre la botella de vozka. Alba se acerco a ella para dar el pésame.
-         Se habrá ido a comprar más Kalimotxo.- María intentando subir la moral de la tropa.
-         Yo he traído la petaca.- Y todos fuimos un poco más felices.


El whiskey de la petaca de Vadim era ya un lejano recuerdo cuando vimos aproximarse unas luces en la carretera. Empezamos a mover los brazos cual náufragos que atisban un barco pero abortamos al percibir que el vehículo aminoraba la marcha y se apartaba a la cuneta a la altura de nuestra posición. Era Rory, más fresco que una ensalada.

Mientras nos llevaba al objetivo primogenio, Achill, a ver qué quedaba de la fiesta, nos confesó que estaba deeply sorry, que se había embriagado a niveles que no alcanzaba desde su adolescencia y que, en resumen, se la había ido la pinza. En un punto dado se había dado cuenta de que la furgoneta pesaba menos y de que se sentía solo sin saber porqué. Al percatarse de la causa cuenta que se apresuró a volver a por nosotros pero que, para compensar, había conseguido unas cuantas latas de cerveza y que por eso había tardado más.

Por suerte en este país, pese a ser verano, las latas de cerveza nunca se quedan calentuchas. Y eso que aquí solo gastan las de tamaño pinta. Estábamos los peninsulares sentados en la playa, mirando la oscuridad del mar, con un frío del carajo, bebiendo nuestras default, cerveza por defecto, que no recuerdo si era Heineken, Carlsberg, o marca Hacendado. Pese al fresquillo estábamos a gusto, todavía había supervivientes y algunos de los músicos seguían tocando cual banda del titanic. El artista de la flauta, que se había sentado a nuestra vera para ambientarnos la escena tenía pinta de gurú celta y, como si supiese lo que iba a pasar, las tristes notas que tocaba pusieron banda sonora a lo que venía.
-         Gente, tengo que decir una cosa. Me quedan dos semanas. Me vuelvo a España...


Como una melodía todo en la vida suena un rato y luego se desvanece. Depende de nosotros mismos pararse a escuchar.
Y, en general, creemos ser el viento y somos veletas.
En fin, sláinte!




* Cerveza local del Condado de Westport, County Mayo.