Y la organización entre locales y visitantes
La ausencia de locales dejaba
desnudo al lugar. La sensación es la de estar bebiendo en una casa de muñecas.
Todo colocado en su sitio y ordenado. Todavía es pronto, ni siquiera el tenue
hilo musical se ha puesto en marcha, aunque el fuego ya crepitaba con fuerza.
Este es el paisaje de invierno de un Pub cualquiera.
Un par de eructos aburridos del
barman me recuerdan que no estoy sola. Es el dueño del local en cuestión. Sus
sonidos gástricos aportan al pub un toque hogareño, inspiran confianza. Estás en su pub y él lo sabe, y eres bienvenido.
Un "local" tempranero se adentra en
el pub y se sitúa en el centro de la barra, seguramente atraído por los
surtidores de cerveza de luces brillantes. Pide lo habitual, pinta de Guinness
y Whiskey. Lo sé porque lo veo no porque haya oído la orden ya que el personaje
es de Inishbofin y no he entendido una mierda
de lo que ha dicho. Por las contestaciones de Ger, el tabernero, puedo percibir
una conversación forzosa sobre el clima, luego sobre el tráfico y, como último
intento, hablar sobre un asesinato cometido en la zona. No se da un caso así
desde hace cuarenta años, comentan. Nada de estas pláticas cuaja
dejando un silencio del tamaño de la barra. Afortunadamente, o que el alcohol
anima las fiestas, al cabo de unos minutos encuentran un tema común que
debatir. La liga de billar de Westport. La barriga de Ger se apoya contra la
barra para hablar más apasionadamente del tema y no dejar que su interlocutor
pierda detalle del último lance en la mesa verde.
Otro "local" acude a la cita
interrumpiendo la gesta de Ger. El reciente individuo viene decidido y calculo,
a ojo, que ya lleva dos o tres pintas puestas. Se le nota la tercera marcha
dada y Ger ya está sirviendo la Guinness antes de que este ocupe el lugar
estratégico de la barra. La esquina que, más que probable, la habitarán más
amigos de la zona. Estos no tardan en llegar y Ger enciende la música.
Creedence Clearwater Revival se
reproduce sin piedad a un nivel que no perturba a nadie. Pese a que el volumen
no está alto, las voces y el movimiento me distraen de mi libro. De todas
formas he calculado bien y no creo que mis compañeros tarden más de diez
minutos. Se acerca la hora de la pinta.
Cuando un sector de los "locales" ha empezado a jugar a los dardos uno de mis conocidos entra en el pub. No hemos
quedado previamente, simplemente es el sitio a donde ir. Me reconoce, me saluda
de lejos pero no se acerca a mi esquina. Los saludos e introducciones no
ocurren hasta que se tiene la pinta en mano. Llámalo como quieras, protocolo o
prioridad. Me hace un ademán para que me acerque, comprendo que es para
sentarnos en la barra, alejándome de mi aislamiento.
La hora de la pinta es también la
hora de los visitantes. Estos se esparcen en las mesas alejadas de la barra y
cerca del fuego, lugar que para los "locales" es demasiado caluroso ya que es
difícil permanecer cerca de las llamas más de una hora. Los visitantes también intentan
apoderarse de un hueco en la barra, ahora bastante demandada, pero los sitios
libres a los dos lados del "local" tempranero permanecen vacíos. El hombre acosa
incluso a la gente que pasa por detrás con alguna pregunta inteligible. Más
tarde los asientos son ocupados por otros dos señores ebrios que parecen
entenderse en el mismo idioma.
En la primera pausa para fumar la
esquina de los locales se queda desierta. Nadie roba sus asientos o toca sus
cosas. Mi compañeros, que ya somos una pequeña panda también salimos a fumar
con plena confianza y dejamos nuestras pertenencias en la silla.
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