"Irlanda es como la pintan, nunca mejor dicho. Pero yo quiero contar mi versión. Lo bueno y lo malo. Lo que me hace gracia. Y no pienso abrir artículo hablando del clima. Que por cierto es una mierda."

lunes, 11 de mayo de 2020

Efímero

Relato de homenaje a los Yayos en tiempos de virus

Siempre me levanto medio tonta de las siestas. Me había quedado dormida en el sillón. Hice un esfuerzo por saber qué día era. Jueves, tocaba visita. Me asomé a la puerta de mi habitación para preguntarle a alguna de las cuidadoras de la residencia.

- Perdona, me gustaría saber si puedo llamar a mi hija, se supone que tendría que haber venido hoy.

- Amanda, lo siento, pero no se permiten las visitas por lo del virus. Tú tranquila que no le ha pasado nada.

Lo del virus, claro, si nos lo han dicho ya mil veces.

- Menos mal que tuvo su fiesta de cumpleaños hace dos semanas. Vino toda la familia a verte.

¿Una fiesta? En el pueblo con mis... ¿padres? No puede ser.
Ante mi confusión, Rosa, que con la mascarilla no la había reconocido, me acompaño hasta mi estantería y me enseño mis fotos.

- Mira, aquí estas con tus nietos. Y estos son tus hijos, Sandra y Miguel.

¿Cómo me puedo acordar de algo que pasó hace cincuenta años y no recordar algo que pasó hace dos semanas? Rosa volvió rápidamente a sus tareas, estos días están trabajando muy duro. Volví al sillón con una profunda sensación de soledad. Creía haberme quedado sin visita cuando llamaron a mi puerta anunciándome que traían a mi nueva compañera de habitación. Era la señora Mercedes. <<Vaya por Dios>>. Nunca hemos llegado a congeniar. Somos de dos mundos distintos. Admiro su historia, la crianza de ocho hijos, seis varones y dos hembras, como dice ella. Matriarca castellana. La mía, entre libros y estudiantes, disfrutando de mis hijos a partir de las seis. 

Mercedes tenía muchas visitas. En su nonagésimo octavo cumpleaños ocuparon toda la residencia. Estaba pletórica. Nosotros ese día nos dedicamos a hacer similitudes con “El Padrino”. La orgullosa señora se situaba con la cabeza alta en el centro de su progenie. De vez en cuando alguno de los hijos le hablaba de cerca, al oído, para hacerse oír, sujetando su mano. Nos preguntábamos si le estaría proponiendo algún plan para despachar a algún miembro de otra familia rival. Desde aquella tarde mi pequeño grupo de amigos ya sabíamos en qué entretenernos cuando se sucedían los multitudinarios encuentros de la Señora. Una vez se iban sus visitas no le quedan muchas palabras amables para el resto y, en general, prefiere que la dejen en paz.

*


Una vez cohabitando no hablamos mucho. Sé que tiene mal la vista pero se entretiene viendo los telediarios, no creo que le estén sentando bien. Yo ya me pierdo, está todo patas arriba y no dejan de decir que nos vamos a morir los viejos. Solo me incorporo a los documentales, las dos nos quedamos fritas. Por lo demás, me refugio en un libro.

La comida nos la traen al cuarto. Nos la suele traer Teresa, una de las veteranas. Le pregunto qué tal están todos, tiene ojos de preocupación. Antes de responder duda si mentirme, es lo que hacen con muchos residentes para no preocuparnos o confundirnos, pero mi mirada serena le inspira confianza.

- Emilio esta bastante mal, se lo han llevado al hospital.

Emilio. En ese momento estaba leyendo el libro de fantasía que me había prestado. No es de mi gusto pero insistió bastante. Que necesitaba leer algo nuevo, me decía. Lo que pasa es que yo ya soy vieja para esas lecturas. Él es relativamente joven, podría ser mi hijo, suelo bromear, pero tiene problemas de salud, por ello se encuentra aquí. Nos intercambiamos libros, pero cuando leemos juntos en el jardín él hace como que lee y me interrumpe innumerables veces para comentarme alguna chorrada.
Miro a Teresa a los ojos, prefiero no entrar en detalles.

- ¿Y tú? ¿qué tal estás?
- Cansada, a ver cuando me jubilo para que me traigan la cena a la cama. ¿Verdad, Mercedes? Como una reina.


A la mañana siguiente Mercedes me sorprendió y empezó a hablarme.

- Anoche vi desde la ventana como los muchachos de los dos bandos se intercambiaban tabaco en el frente. Los republicanos se han quedado sin cigarros. Los nacionales siempre tienen de todo.

Se ha ido a los años treinta, mala época para visitar.

- Quiero irme a mi habitación, esta no es mi habitación.
- Tenemos que quedarnos aquí, en la zona de posibles positivos.-  Le aclaré.
- ¿Y qué bando es ese?
- Pues no lo sé.

*


Me sigue sin convencer este libro. Aún me cuesta familiarizarme con el término “Obit” (Hobbit). Me puse a mirar por la ventana: todo está tan calmado, como si no pasara nada. Pensé en darme una vuelta por la habitación, me pesan muchísimo las piernas. La señora Mercedes por su parte no para de rezar rosarios.

- Mercedes, no se preocupe, su familia está bien.
- Lo sabré cuando vuelva a verlos. No sé dónde están.
- Están en su casa, como nosotras, sin salir y a salvo.
- Si no han vuelto es porque se los han llevado al paseillo, me lo ha dicho mi hermana.

En ese momento me di cuenta que ya no recordaba a sus hijos, nietos y bisnietos. El trabajo de toda una vida.

- Mercedes, no hay guerra, todos están bien. Sus hijos...-  Intento recordar el nombre de alguno pero durante estos meses lo único que habíamos hecho es ponerles apodos italianos. En su lugar busqué algo que me pudiese ayudar entre sus cosas. Localicé un álbum y me senté con ella. Hicimos un recorrido por las fotos. No funcionó. Se empezó a poner nerviosa y la dejé en paz.

*


Echaba de menos las charlas en el comedor. No tengo muchas visitas. Mi familia se ha ido dispersando por el territorio y yo me he quedado en el camino. Una vez aquí pude disfrutar del jardín y compañía. En la mesa siempre ha habido risas y gente amable. Mercedes tenía a su familia y yo tenía a mis amigos. Y aquí estamos las dos ahora, sin ser familia y sin saber cómo ser amigas. La soledad me trae recuerdos muy lejanos pero muy claros que me confunden. El presente se vuelve extraño. Mercedes ya está perdida en sus propias memorias, en un tiempo oscuro tan difícil de olvidar que es el único que permanece. Su cuerpo no quiere volver allí. Mercedes ya no come por sí misma. Tiene la mirada ausente.

Me pregunto si puedo despertar su interés de alguna manera. Fui a mi estantería, pensando en cual podría ser el primer libro de Mercedes, pensé en mi primer libro favorito.  Lo cogí y me senté cerca de ella. Me puse las gafas y comencé a leer en alto:

“A vosotras os lo contaré todo... A papá no me he atrevido... ¡Está tan triste el pobrecito! No hace una semana que estoy en el colegio, y creo que ha venido a verme más de veinte veces. Yo sólo lo he visto dos días, porque no lo han dejado entrar. ¡Estoy furiosa!” (...)

Me escuchaba. Y cada capítulo se convirtió en rutina.

- Cuéntame, cuéntame más sobre la niña Celia. – Me pide mientras se lleva el último trozo de postre a la boca.

1 comentario:

  1. GRACIAS... MUCHAS GRACIAS...Es mi día a día... y me apasiona.Sigue intentándolo, seguro que conseguirás lo que te propongas...

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