<<... y entonces te abres por la mitad como si
fueras una manzana, quitas lo podrido que hay dentro y te vuelves a
cerrar.>>
Era una
noche en la que nos habíamos quedado en casa bebiendo cubatas y, tras debatir
sobre el papel del General Rommel en la segunda guerra mundial, sobre quién era
la más paquete de nuestro equipo y tras tratar de recordar en qué momento
cambiamos del vodka limón al 43 con cocacola, acabamos hablando sobre terapias
alternativas contra la depresión. Una de las asistentes iba cada cierto tiempo
a una bruja sacapelas que le recomendaba meditación y viajes intrapersonales a
ninguna parte.
Nos
estaba comentado el procedimiento de una de ellas y, he de admitir, era
interesante. Como viajar al pasado y sacar la basura. Solucionado. Bebía mi
copazo con escepticismo ante tal siniestro mental sin poder evitar prestar
atención. Esto me recordó unas palabras de otra amiga sobre su experiencia en
la renovación del carné de conducir:
-
¿Ha experimentado usted en
algún momento depresión, estrés o ansiedad?
-
Claro que sí, soy una persona
humana
- ¿Está tomando medicación?
- No, pero me encantaría.
- ¿Está tomando medicación?
- No, pero me encantaría.
Lo que
quiero decir en que cada uno lleva lo suyo a su manera, no sin el deseo de que
las sombras se vayan a paseo.
<<...lo
de la manzana es lo mas difícil.>>Concluía. Ya te digo difícil, como que
no tiene sentido alguno.
Un sol cálido y amarillo se
colaba por las cortinas convirtiendo mi ligera modorra en hormigón armado. A la
hora de la siesta lo único que se oye son los soporíferos murmullos procedentes
del salón correspondientes a los documentales de la 2. <<Es una mierda
cuando ponen documentales de monos porque gritan y me fastidian la
siesta>> suele declarar mi madre. Por suerte hoy solo se percibían
sonidos de pajaritos y bosque.
Decidí tumbarme en la cama para
ponerme en sintonía con el ambiente de la casa, pero algo atenazaba mi corazón
y mi mente como una intoxicación. Era uno de esos días un tanto melancólicos.
Aprovechando que mi cerebro se encontraba en un estado entre sueño y vigilia
decidí hacer el experimento que nos había propuesto la colega. No perdía nada
por intentarlo, a ver qué se cuece:
Inspira, espira... inspira,
espira... inspira...
Cuenta atrás desde diez.
Me encuentro frente a una
puerta que resultó ser la misma que la de mi sótano.
La abro y le siguen unas escaleras.
En mi mente estas bajan en espiral y son de metal, como las de una biblioteca
enorme y antigua, pero nada alrededor.
Sigo bajando hasta que estoy
sumergida en completa oscuridad.
Abro otra puerta que da a un
laboratorio. Tubos y botes con líquidos de colores. Parece un anuncio de un
juguete para crear tus propias chuches.
En medio del caos hay una
televisión con la pantalla en blanco. Me introduzco en ella.
En este momento supuestamente
apareces en un momento traumático de tu pasado. Mi mente tenía claro qué época
escoger y todo sucedió como un sueño y de forma automática.
Estaba en el patio del mi
colegio. Hacia un frío que pela. Me situaba a pocos pasos de mi yo de 7 años.
Estaba castigada en el banco de piedra a copiar cinco veces el cuadro de las
formas verbales del verbo estar. Escribir con guantes es inútil ya que el lápiz
se resbala, pero que mis dedos estuviesen o estuvieseran entumecidos y
doloridos no se consideraba maltrato físico. La infección de los riñones por el
frío tampoco.
Hay un par de castigados más con
los que intento establecer algún tipo de complicidad, pero ninguno de los dos
ni si quiera hace atisbo de escucharme. Están copiando lo más rápido posible
para irse a jugar, aunque se tratase solo de tres minutos antes de la campana.
“Malditos alienados”. Tenía cierto sentido de insurrección ante la autoridad
para no acatar el castigo, pero he de admitir que también era cuestión de
motivación: finalizar antes para jugar, ¿con quién?
Me quedo sola en el banco. Ya ni
siquiera estoy copiando. No vale la pena. En ese momento me acerco a mi mini
yo, mandando a la mierda el procedimiento – venga, vámonos. – me cojo de la
mano. – ¿a donde quieres ir?
-A casa de la yaya - respondí rápidamente.
Atravesamos el campo de fútbol en
el que se sucedían seis partidos simultáneos, uno por cada curso, y nos metimos
en el coche. Conduje el seat 127, maquina a la que le he tenido más cariño que
a muchas personas, hasta nuestro destino.
Entregue mi joven versión a mi
abuela. Ha sido bonito volver a verla. Me deje pasar el día con ella, sin
adultos a los que tuviese que hacer la comida y servir interrumpiendo un abrazo
o alguna historia.
Me di ese respiro pero algo no
funcionaba. Tenía que volver. Me había quedado dormida siendo mecida en la
butaca. Me aparté suavemente de los brazos de mi abuela. Era hora de devolverme
al cole.
El recreo había terminado y me
incorporé directamente a la clase.
Negándome a dejarme sola en el
transcurso y práctica del feliz aprendizaje decidí quedarme un poquito más antes
de irme, pasando de hacer la estupidez de lo de la manzana.
Veo como me siento obediente en
mi pupitre. Saco mi libro, mi estuche y, tímidamente, mi cuaderno. No he hecho
los deberes e intento tapar el crimen con las manos en lo que dura la
corrección en voz alta de los ejercicios. La profesora se percata. El apellido
me ha jugado una mala pasada y me ha tocado todo el curso, gracias al orden
alfabético, un plano general de la mesa de la maestra y su ilustre presencia.
- Corrige el siguiente ejercicio –
Me dice, saltándose el orden de fila.
“qué asquerosa es.”
-
N-no lo tengo - El corazón a cien. Se siente como el fin del
mundo.
-
Si ya te veía. ¡Lo estaba intentando tapar con las manos! – se
burla dirigiéndose al resto de la clase y me imita recreando el gesto de mis
manos añadiendo voz de mongola a su actuación.
“malparida”
-
Pues ya sabes – castigada.
“imágenes del holocausto me
causan menos pena que tu, despropósito humano.”
Cinco rayas al lado de mi nombre
en la esquina de los castigados en la pizarra. Ni en el peor de mis curros me
han dejado cinco días sin mi descanso. Llevo ya tres días teniendo que cumplir
seis.
Delante de todos mis compañeros
tengo que añadir la humillante línea. Sus miradas y su juicio se sienten como
un suspiro frío en mi nuca. Mis manos tiemblan una vez más y lo único que
siento es vergüenza, extrema soledad y ganas de llorar. Hecho que empeoraría la
situación. La presión hace que todas mis fuerzas se enfoquen a no dejar caer ni
una lágrima causándome dolor de estómago.
Me gustaría que en esa época me hubieran facilitado
lecturas como “teo se enfada porque le han tocado mucho los cojones” o series
como “las tres mellizas y la profesora asquerosa”. Cuando eres pequeño te
enseñan que enfadarse es malo, independientemente de los factores, y menos
contra la profesora. Saber cuando mandar a alguien a la mierda es algo que se
aprende con el tiempo según se te van abriendo los ojos, en este contexto no
pude evitar decirle un par de cosas a la docente.
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