"Irlanda es como la pintan, nunca mejor dicho. Pero yo quiero contar mi versión. Lo bueno y lo malo. Lo que me hace gracia. Y no pienso abrir artículo hablando del clima. Que por cierto es una mierda."

viernes, 13 de junio de 2025

Nosotros los bichos.

No sé si habéis visto estas dos películas: Bichos, de Disney, y Antz, de Dreamworks. Estas dos producciones y su rivalidad me han venido a la mente inspirada por los novedosos acontecimientos políticos que nos acontecen en España. Si no las has visto, no vale la pena seguir leyendo. Puedes ir en paz.

Ambos filmes tienen una narrativa similar. Una hormiga obrera que se diferencia del resto y que por una razón o accidente se va a la aventura. En el transcurso salva la colonia y consigue su propósito, estar con la princesa.

Disney, obviamente, es una versión más infantilizada, blanqueada y mucho más fácil de digerir. La  hormiga Reina no tiene nada que ver con la naturaleza de esta especie y la historia va de unos saltamontes, claramente más fuertes y con mala pinta, les roban los recursos a las hormigas. El protagonista es creativo, pacífico e innovador. Critica a sus especie por conservadora desde el punto de vista productivo y sus compañeras hacen lo mismo con él claramente evidenciando su ignorancia pueblerina y retrógrada. La película se resuelve cuando la colonia se rebela gracias al protagonista y a la aparición de sus amigos del circo, un bicho palo, un gordo y un mariquita. Jutas, toman conciencia de especie y derrotan a la fuerza extranjera. 


Antz otorga una visión mucho más realista, profunda y con mucha más complejidad de detalle. Tiene una visual mucho más desarrollada e incluso la Reina se presenta como esa gran paridora de larvas fiel a la naturaleza. Por lo demás aunque el protagonista presente este toque creativo, fuera de norma que intenta romper con el carácter ovejil de sus compañeras, el personaje es cobarde, un poco idiota, no se cree mejor y su mejor amigo es un tío perteneciente a las hormigas guerreras campechano, cachas pero característico dentro de su simpleza. En esta película, por enlazar con la importancia de éstas hormigas de naturaleza bélica, hay una tremenda escena de batalla contra las termitas, con muerte y mutilaciones. Es impresionante y es una contraposición clara de la mentalidad débil que tenemos ahora. El enemigo, es la élite de la colmena, estos jefes hormigas guerrera que, dentro de la misma especie, juran proteger a la colmena en su totalidad. Pero la realidad es que usan a las propias obreras para destruirlas y así intentar crear una sociedad utópica solo con la élite secuestrando a la futura reina y fundando una nueva colonia, pero todo ello desde el gobierno y con una sonrisa en la cara al público. Actúan con el apoyo de la masa, gracias a su ignorancia, ingenuidad y propaganda. Las obreras con ayuda del protagonista finalmente se rebelan, sí, igual que en bichos, solo que esta vez lo que hacen es funcionar como colmena, no luchar en sí, sino ponerse de acuerdo de una forma práctica y de hecho el pilar más importante, literalmente hablando, es el amigo de este, figura masculina, hormiga guerrera que sí sabe cual es su deber, que es proteger a las obreras y a sus amigos.


¿Y por qué discutir las diferencias de estas dos películas de similitud aparente ahora? Pues para denunciar esta mentalidad que caracteriza a la sociedad que vive anclada en ese enemigo tan concreto dibujado por el imaginario izquierdista de que el enemigo va a venir por la fuerza, se comporta como tal, es un general dictatorial de derechas racista y nuestros gobernantes de nuestra cuerda velan por nuestro bienestar ante la amenaza fascista que nos quiere robar nuestros recursos de manera injusta. Cuando son estas élites que con un disfraz de oveja mal puesto ya nos engañan, nos roban nuestros recursos y además nos obligan a escavar nuestra propia tumba mientras aplaudimos cuando aparecen y nos tapamos los oídos ante cualquiera que piense distinto mientras nos deslomamos a trabajar en el maravilloso “gran tunel” que ha dicho la tele que es genial.


Por favor, gente, quitaos el filtro Disney y de paso cambiad de postura, que no sé dónde empieza Sánchez y dónde acabáis vosotros.

viernes, 14 de octubre de 2022

Una maleta de colores.

Todo es gris, hasta que hay luz.


-¡Mi calcetín! ¿Dónde demonios está mi calcetín?-

Miró otra vez debajo de la cama y al volverse vio por fin su prenda. Con un respingo se dirigió hacia su compañera de cuarto, esta llevaba puesto su calcetín. Se lo quitó fácilmente ya que tenía el pie en el aire debido a la silla de ruedas.

- Mira que eres pilla, Antonia! Casi me haces coserle los cojones a San cucufato!- Antonia se entristeció al verse sin calcetín.


Con una alegría que ni un chiquillo con zapatos nuevos completó su maleta, no sin antes coger dos toallas con la firma “Residencia Plácido” y revisar que no se olvidaba de ninguno de sus potingues y perfumes. 

Antes de salir Lola se miró en el espejo y vio su viejo pero alegre rostro. Lo observó y su gesto se tornó serio, algo no estaba bien, entonces se repintó las cejas, volvió a sonreír satisfecha.


Lola miró el reloj -¡Justo a tiempo!- agarró su maleta con energía, se puso su gorro de policromado, y salió por la puerta.

-¡Adiós Antoñita!, vendré a visitarte!,¡O, no! ¡Quién sabe!-.


Atravesó el pasillo con su gran abrigo de colores cual arcoiris. Dos abuelos se apartaron temblorosos asustados ante tanto grito -¡Adiós Manolo!, ¡Adiós, Remedios!-, pero se relajaron y sonrieron al ver aquella bola de color que siempre acababa siendo Lola.


- ¡Lola, espera!- Una abuelita regordeta la llamaba casi sin aliento.

- ¡Vicenta! ¡Por fin me voy!- 

- Así que te vas, así de repente...-

- Vendré a verte, o tú podrás venir a verme. Pero necesito que cuides las flores, seguro que cuando me vaya no las cuidará nadie...- A Lola le invadió la tristeza al pensar en su pequeño arbolario, el cual se resumía en tres macetas que se apretujaban en la única ventana del comedor.

- Como se que te gustan las flores te he hecho esto- Vicenta le enseñó lo que llevaba en la mano. Era un pañuelo con bordados de muchos colores, lleno de flores de todas las formas posibles- Así te llevas tu jardín.


Lola y Vicenta se abrazaron ¡Estaba tan ilusionada pero a la vez tan triste!


- ¿Se va usted, Lola?- le preguntó uno de los auxiliares con tono infantil y con la voz muy alta. Lola nunca se había acostumbrado a que les tratasen como a niños, pero a ella le daba igual, ella se iba para no volver.

- Sí, ¡me voy! Y llego tarde.- contestó Lola - ¡Adiós, a todos!- se volvió a saludar hacia el hall, le oyeron cinco, dos le devolvieron el saludo a tiempo y uno tarde, cuando ya se había ido por la puerta.


Lola, como siempre, caminó observando los campos de trigo hasta llegar a una plaza con una fuente. Allí se sentó ilusionada y feliz a mirar el reloj como tantas otras veces. Los del pueblo ya se habían acostumbrado a verla allí cada semana, una motita llena de color sentada en esa fuente gris. Como tantas veces, Lola se quedó allí hasta tarde, hasta el atardecer. Como si el sol se llevase sus recuerdos Lola nunca preguntaba a dónde la llevaban cuando la furgoneta de “residencia Plácido” la venía a buscar para llevarla de vuelta.

lunes, 8 de agosto de 2022

El ocaso de la memoria

 Duramos lo que dura nuestro recuerdo



    La primera luz del día hace brillar las ventanas de la casa de la montaña, siendo perceptibles desde el valle. La anciana que allí habita baja al pueblo como el agua del glacial temprana cada verano. Esta anciana está repleta de historias que va contando, todas diferentes, cada año que aparece. Dice la leyenda que el pueblo fue fundado por unos nómadas que traían el fuego consigo junto al cual contaban historias en los lugares que visitaban y que, tras compartir su sabiduría, se iban para no volver jamás. La vieja se dice que es le última de aquellas gentes y que aún guarda ese fuego en una lámpara de aceite, con la cual enciende la lumbre de su hogar para mantener todas las historias vivas.


    Lo que no saben los habitantes del pueblo es que cada historia que la anciana relata  desaparece de su memoria y, tras toda una vida, la mujer se ha visto privada de sus recuerdos. Por ello, un año, dejó de bajar al pueblo. La razón, que sólo le quedaba una historia que contar. La historia más hermosa que se pueda imaginar, la más ingeniosa que se pueda crear y la más especial que se pueda escuchar. La anciana se aferra a ella como un tesoro que es, al fin y al cabo, su último recuerdo.

jueves, 25 de junio de 2020

Experiencia Fantasma

Había muerto en un accidente de coche. Estaba felizmente transitando los 27 cuando sucedió. Mi alma y conciencia han regresado a casa en la cual me encuentro en arresto domiciliario, donde iba a pasar largos años de penitencia.

Aunque fuera verano, lo sabía por las ropas, por lo que habla mi familia o, simplemente, por la fecha, para mí el exterior siempre es otoñal y frío. Un cielo gris nublado viste a la calle de blanco y negro. Si decido alejarme de la casa lo que me encuentro es un eterno descampado poblado por algún árbol muerto, seco y solitario. La tierra es ceniza.

Estoy presente para mi familia. Pueden verme. Puedo incluso hablar con ellos. El tiempo para mí funciona diferente y los meses pasan sin que yo tenga conciencia de ello. Pese al consuelo que es poder interactuar con mi familia el luto por mi pérdida se ha ido desvaneciendo lo que hace que cada vez presten menos atención a mi presencia. El dolor va dejando paso a la vida.

Soy un ser sin propósito. No tengo metas ya que no las puedo cumplir. No tengo problemas ni estrés. Nada que contar más que recuerdos. ¡Tenía tantos proyectos!, ¡tanto que hacer todavía! Ahora ya no hay nada de eso.

Mi hermano y mi padre hablan de trabajo, mi hermano ya tiene su familia y preocupaciones. Mi madre está ocupada con mi nueva hermana, un bebé nacido tras mi ausencia. A mí solo me queda alimentarme pasivamente de su felicidad y observar impotente cuando están tristes. Y sin sueños que cumplir.

Entonces comprendí que era un alma en pena.

Comprendí que la barrera que se extendía entre los demás y yo era más fuerte que la distancia o el tiempo. Era la vida y la muerte, estaba sola dentro de otra realidad en el mismo sitio. La sensación extrema de soledad y falta rumbo me estaban hundiendo en la melancolía.

Decidí que quería volver a vivir. Algo en mi concepción de la realidad me decía que tenía la opción de acabar con esto. Me concentré para revivirme, en recuperar mi cuerpo. Empecé por mi brazo intentando que apareciese carne sobre el contorno de mi alma traslúcida. Unos huesos secos aparecieron, ennegrecidos. El músculo empezó a crecer a tiras pero parecía cecina. El proceso se quedó a mitad pese a mis esfuerzos con esa especie de rama seca que tenía ahora por brazo. Algo no estaba saliendo bien y entonces lo comprendí: no podía volver a la vida. No era posible. Estaba muerta.

En ese momento me desperté.
 “¿Qué cojones?”

lunes, 11 de mayo de 2020

Efímero

Relato de homenaje a los Yayos en tiempos de virus

Siempre me levanto medio tonta de las siestas. Me había quedado dormida en el sillón. Hice un esfuerzo por saber qué día era. Jueves, tocaba visita. Me asomé a la puerta de mi habitación para preguntarle a alguna de las cuidadoras de la residencia.

- Perdona, me gustaría saber si puedo llamar a mi hija, se supone que tendría que haber venido hoy.

- Amanda, lo siento, pero no se permiten las visitas por lo del virus. Tú tranquila que no le ha pasado nada.

Lo del virus, claro, si nos lo han dicho ya mil veces.

- Menos mal que tuvo su fiesta de cumpleaños hace dos semanas. Vino toda la familia a verte.

¿Una fiesta? En el pueblo con mis... ¿padres? No puede ser.
Ante mi confusión, Rosa, que con la mascarilla no la había reconocido, me acompaño hasta mi estantería y me enseño mis fotos.

- Mira, aquí estas con tus nietos. Y estos son tus hijos, Sandra y Miguel.

¿Cómo me puedo acordar de algo que pasó hace cincuenta años y no recordar algo que pasó hace dos semanas? Rosa volvió rápidamente a sus tareas, estos días están trabajando muy duro. Volví al sillón con una profunda sensación de soledad. Creía haberme quedado sin visita cuando llamaron a mi puerta anunciándome que traían a mi nueva compañera de habitación. Era la señora Mercedes. <<Vaya por Dios>>. Nunca hemos llegado a congeniar. Somos de dos mundos distintos. Admiro su historia, la crianza de ocho hijos, seis varones y dos hembras, como dice ella. Matriarca castellana. La mía, entre libros y estudiantes, disfrutando de mis hijos a partir de las seis. 

Mercedes tenía muchas visitas. En su nonagésimo octavo cumpleaños ocuparon toda la residencia. Estaba pletórica. Nosotros ese día nos dedicamos a hacer similitudes con “El Padrino”. La orgullosa señora se situaba con la cabeza alta en el centro de su progenie. De vez en cuando alguno de los hijos le hablaba de cerca, al oído, para hacerse oír, sujetando su mano. Nos preguntábamos si le estaría proponiendo algún plan para despachar a algún miembro de otra familia rival. Desde aquella tarde mi pequeño grupo de amigos ya sabíamos en qué entretenernos cuando se sucedían los multitudinarios encuentros de la Señora. Una vez se iban sus visitas no le quedan muchas palabras amables para el resto y, en general, prefiere que la dejen en paz.

*


Una vez cohabitando no hablamos mucho. Sé que tiene mal la vista pero se entretiene viendo los telediarios, no creo que le estén sentando bien. Yo ya me pierdo, está todo patas arriba y no dejan de decir que nos vamos a morir los viejos. Solo me incorporo a los documentales, las dos nos quedamos fritas. Por lo demás, me refugio en un libro.

La comida nos la traen al cuarto. Nos la suele traer Teresa, una de las veteranas. Le pregunto qué tal están todos, tiene ojos de preocupación. Antes de responder duda si mentirme, es lo que hacen con muchos residentes para no preocuparnos o confundirnos, pero mi mirada serena le inspira confianza.

- Emilio esta bastante mal, se lo han llevado al hospital.

Emilio. En ese momento estaba leyendo el libro de fantasía que me había prestado. No es de mi gusto pero insistió bastante. Que necesitaba leer algo nuevo, me decía. Lo que pasa es que yo ya soy vieja para esas lecturas. Él es relativamente joven, podría ser mi hijo, suelo bromear, pero tiene problemas de salud, por ello se encuentra aquí. Nos intercambiamos libros, pero cuando leemos juntos en el jardín él hace como que lee y me interrumpe innumerables veces para comentarme alguna chorrada.
Miro a Teresa a los ojos, prefiero no entrar en detalles.

- ¿Y tú? ¿qué tal estás?
- Cansada, a ver cuando me jubilo para que me traigan la cena a la cama. ¿Verdad, Mercedes? Como una reina.


A la mañana siguiente Mercedes me sorprendió y empezó a hablarme.

- Anoche vi desde la ventana como los muchachos de los dos bandos se intercambiaban tabaco en el frente. Los republicanos se han quedado sin cigarros. Los nacionales siempre tienen de todo.

Se ha ido a los años treinta, mala época para visitar.

- Quiero irme a mi habitación, esta no es mi habitación.
- Tenemos que quedarnos aquí, en la zona de posibles positivos.-  Le aclaré.
- ¿Y qué bando es ese?
- Pues no lo sé.

*


Me sigue sin convencer este libro. Aún me cuesta familiarizarme con el término “Obit” (Hobbit). Me puse a mirar por la ventana: todo está tan calmado, como si no pasara nada. Pensé en darme una vuelta por la habitación, me pesan muchísimo las piernas. La señora Mercedes por su parte no para de rezar rosarios.

- Mercedes, no se preocupe, su familia está bien.
- Lo sabré cuando vuelva a verlos. No sé dónde están.
- Están en su casa, como nosotras, sin salir y a salvo.
- Si no han vuelto es porque se los han llevado al paseillo, me lo ha dicho mi hermana.

En ese momento me di cuenta que ya no recordaba a sus hijos, nietos y bisnietos. El trabajo de toda una vida.

- Mercedes, no hay guerra, todos están bien. Sus hijos...-  Intento recordar el nombre de alguno pero durante estos meses lo único que habíamos hecho es ponerles apodos italianos. En su lugar busqué algo que me pudiese ayudar entre sus cosas. Localicé un álbum y me senté con ella. Hicimos un recorrido por las fotos. No funcionó. Se empezó a poner nerviosa y la dejé en paz.

*


Echaba de menos las charlas en el comedor. No tengo muchas visitas. Mi familia se ha ido dispersando por el territorio y yo me he quedado en el camino. Una vez aquí pude disfrutar del jardín y compañía. En la mesa siempre ha habido risas y gente amable. Mercedes tenía a su familia y yo tenía a mis amigos. Y aquí estamos las dos ahora, sin ser familia y sin saber cómo ser amigas. La soledad me trae recuerdos muy lejanos pero muy claros que me confunden. El presente se vuelve extraño. Mercedes ya está perdida en sus propias memorias, en un tiempo oscuro tan difícil de olvidar que es el único que permanece. Su cuerpo no quiere volver allí. Mercedes ya no come por sí misma. Tiene la mirada ausente.

Me pregunto si puedo despertar su interés de alguna manera. Fui a mi estantería, pensando en cual podría ser el primer libro de Mercedes, pensé en mi primer libro favorito.  Lo cogí y me senté cerca de ella. Me puse las gafas y comencé a leer en alto:

“A vosotras os lo contaré todo... A papá no me he atrevido... ¡Está tan triste el pobrecito! No hace una semana que estoy en el colegio, y creo que ha venido a verme más de veinte veces. Yo sólo lo he visto dos días, porque no lo han dejado entrar. ¡Estoy furiosa!” (...)

Me escuchaba. Y cada capítulo se convirtió en rutina.

- Cuéntame, cuéntame más sobre la niña Celia. – Me pide mientras se lleva el último trozo de postre a la boca.

jueves, 30 de abril de 2020

Un paisaje de un Pub

Y la organización entre locales y visitantes


La ausencia de locales dejaba desnudo al lugar. La sensación es la de estar bebiendo en una casa de muñecas. Todo colocado en su sitio y ordenado. Todavía es pronto, ni siquiera el tenue hilo musical se ha puesto en marcha, aunque el fuego ya crepitaba con fuerza. Este es el paisaje de invierno de un Pub cualquiera.

Un par de eructos aburridos del barman me recuerdan que no estoy sola. Es el dueño del local en cuestión. Sus sonidos gástricos aportan al pub un toque hogareño, inspiran confianza. Estás en su pub y él lo sabe, y eres bienvenido.

Un "local" tempranero se adentra en el pub y se sitúa en el centro de la barra, seguramente atraído por los surtidores de cerveza de luces brillantes. Pide lo habitual, pinta de Guinness y Whiskey. Lo sé porque lo veo no porque haya oído la orden ya que el personaje es de Inishbofin y no he entendido una mierda de lo que ha dicho. Por las contestaciones de Ger, el tabernero, puedo percibir una conversación forzosa sobre el clima, luego sobre el tráfico y, como último intento, hablar sobre un asesinato cometido en la zona. No se da un caso así desde hace cuarenta años, comentan. Nada de estas pláticas cuaja dejando un silencio del tamaño de la barra. Afortunadamente, o que el alcohol anima las fiestas, al cabo de unos minutos encuentran un tema común que debatir. La liga de billar de Westport. La barriga de Ger se apoya contra la barra para hablar más apasionadamente del tema y no dejar que su interlocutor pierda detalle del último lance en la mesa verde.

Otro "local" acude a la cita interrumpiendo la gesta de Ger. El reciente individuo viene decidido y calculo, a ojo, que ya lleva dos o tres pintas puestas. Se le nota la tercera marcha dada y Ger ya está sirviendo la Guinness antes de que este ocupe el lugar estratégico de la barra. La esquina que, más que probable, la habitarán más amigos de la zona. Estos no tardan en llegar y Ger enciende la música.

Creedence Clearwater Revival se reproduce sin piedad a un nivel que no perturba a nadie. Pese a que el volumen no está alto, las voces y el movimiento me distraen de mi libro. De todas formas he calculado bien y no creo que mis compañeros tarden más de diez minutos. Se acerca la hora de la pinta.

Cuando un sector de los "locales" ha empezado a jugar a los dardos uno de mis conocidos entra en el pub. No hemos quedado previamente, simplemente es el sitio a donde ir. Me reconoce, me saluda de lejos pero no se acerca a mi esquina. Los saludos e introducciones no ocurren hasta que se tiene la pinta en mano. Llámalo como quieras, protocolo o prioridad. Me hace un ademán para que me acerque, comprendo que es para sentarnos en la barra, alejándome de mi aislamiento.

La hora de la pinta es también la hora de los visitantes. Estos se esparcen en las mesas alejadas de la barra y cerca del fuego, lugar que para los "locales" es demasiado caluroso ya que es difícil permanecer cerca de las llamas más de una hora. Los visitantes también intentan apoderarse de un hueco en la barra, ahora bastante demandada, pero los sitios libres a los dos lados del "local" tempranero permanecen vacíos. El hombre acosa incluso a la gente que pasa por detrás con alguna pregunta inteligible. Más tarde los asientos son ocupados por otros dos señores ebrios que parecen entenderse en el mismo idioma.

En la primera pausa para fumar la esquina de los locales se queda desierta. Nadie roba sus asientos o toca sus cosas. Mi compañeros, que ya somos una pequeña panda también salimos a fumar con plena confianza y dejamos nuestras pertenencias en la silla.

Y nada más. Lo mismo, los mismos en el mismo Pub. 

jueves, 23 de abril de 2020

La Manzana Podrida

<<... y entonces te abres por la mitad como si fueras una manzana, quitas lo podrido que hay dentro y te vuelves a cerrar.>>
Era una noche en la que nos habíamos quedado en casa bebiendo cubatas y, tras debatir sobre el papel del General Rommel en la segunda guerra mundial, sobre quién era la más paquete de nuestro equipo y tras tratar de recordar en qué momento cambiamos del vodka limón al 43 con cocacola, acabamos hablando sobre terapias alternativas contra la depresión. Una de las asistentes iba cada cierto tiempo a una bruja sacapelas que le recomendaba meditación y viajes intrapersonales a ninguna parte.

Nos estaba comentado el procedimiento de una de ellas y, he de admitir, era interesante. Como viajar al pasado y sacar la basura. Solucionado. Bebía mi copazo con escepticismo ante tal siniestro mental sin poder evitar prestar atención. Esto me recordó unas palabras de otra amiga sobre su experiencia en la renovación del carné de conducir:
-         ¿Ha experimentado usted en algún momento depresión, estrés o ansiedad?
-         Claro que sí, soy una persona humana
-     ¿Está tomando medicación?
-     No, pero me encantaría.
Lo que quiero decir en que cada uno lleva lo suyo a su manera, no sin el deseo de que las sombras se vayan a paseo.

<<...lo de la manzana es lo mas difícil.>>Concluía. Ya te digo difícil, como que no tiene sentido alguno.


Un sol cálido y amarillo se colaba por las cortinas convirtiendo mi ligera modorra en hormigón armado. A la hora de la siesta lo único que se oye son los soporíferos murmullos procedentes del salón correspondientes a los documentales de la 2. <<Es una mierda cuando ponen documentales de monos porque gritan y me fastidian la siesta>> suele declarar mi madre. Por suerte hoy solo se percibían sonidos de pajaritos y bosque.

Decidí tumbarme en la cama para ponerme en sintonía con el ambiente de la casa, pero algo atenazaba mi corazón y mi mente como una intoxicación. Era uno de esos días un tanto melancólicos. Aprovechando que mi cerebro se encontraba en un estado entre sueño y vigilia decidí hacer el experimento que nos había propuesto la colega. No perdía nada por intentarlo, a ver qué se cuece:

Inspira, espira... inspira, espira... inspira...
Cuenta atrás desde diez.
Me encuentro frente a una puerta que resultó ser la misma que la de mi sótano.
La abro y le siguen unas escaleras. En mi mente estas bajan en espiral y son de metal, como las de una biblioteca enorme y antigua, pero nada alrededor.
Sigo bajando hasta que estoy sumergida en completa oscuridad.
Abro otra puerta que da a un laboratorio. Tubos y botes con líquidos de colores. Parece un anuncio de un juguete para crear tus propias chuches.
En medio del caos hay una televisión con la pantalla en blanco. Me introduzco en ella.

En este momento supuestamente apareces en un momento traumático de tu pasado. Mi mente tenía claro qué época escoger y todo sucedió como un sueño y de forma automática.

Estaba en el patio del mi colegio. Hacia un frío que pela. Me situaba a pocos pasos de mi yo de 7 años. Estaba castigada en el banco de piedra a copiar cinco veces el cuadro de las formas verbales del verbo estar. Escribir con guantes es inútil ya que el lápiz se resbala, pero que mis dedos estuviesen o estuvieseran entumecidos y doloridos no se consideraba maltrato físico. La infección de los riñones por el frío tampoco.

Hay un par de castigados más con los que intento establecer algún tipo de complicidad, pero ninguno de los dos ni si quiera hace atisbo de escucharme. Están copiando lo más rápido posible para irse a jugar, aunque se tratase solo de tres minutos antes de la campana. “Malditos alienados”. Tenía cierto sentido de insurrección ante la autoridad para no acatar el castigo, pero he de admitir que también era cuestión de motivación: finalizar antes para jugar, ¿con quién?

Me quedo sola en el banco. Ya ni siquiera estoy copiando. No vale la pena. En ese momento me acerco a mi mini yo, mandando a la mierda el procedimiento – venga, vámonos. – me cojo de la mano. – ¿a donde quieres ir?

-A casa de la yaya - respondí rápidamente.

Atravesamos el campo de fútbol en el que se sucedían seis partidos simultáneos, uno por cada curso, y nos metimos en el coche. Conduje el seat 127, maquina a la que le he tenido más cariño que a muchas personas, hasta nuestro destino.
Entregue mi joven versión a mi abuela. Ha sido bonito volver a verla. Me deje pasar el día con ella, sin adultos a los que tuviese que hacer la comida y servir interrumpiendo un abrazo o alguna historia.
Me di ese respiro pero algo no funcionaba. Tenía que volver. Me había quedado dormida siendo mecida en la butaca. Me aparté suavemente de los brazos de mi abuela. Era hora de devolverme al cole.


El recreo había terminado y me incorporé directamente a la clase.
Negándome a dejarme sola en el transcurso y práctica del feliz aprendizaje decidí quedarme un poquito más antes de irme, pasando de hacer la estupidez de lo de la manzana.

Veo como me siento obediente en mi pupitre. Saco mi libro, mi estuche y, tímidamente, mi cuaderno. No he hecho los deberes e intento tapar el crimen con las manos en lo que dura la corrección en voz alta de los ejercicios. La profesora se percata. El apellido me ha jugado una mala pasada y me ha tocado todo el curso, gracias al orden alfabético, un plano general de la mesa de la maestra y su ilustre presencia.

- Corrige el siguiente ejercicio – Me dice, saltándose el orden de fila.

“qué asquerosa es.”

-         N-no lo tengo - El corazón a cien. Se siente como el fin del mundo.

-         Si ya te veía. ¡Lo estaba intentando tapar con las manos! – se burla dirigiéndose al resto de la clase y me imita recreando el gesto de mis manos añadiendo voz de mongola a su actuación.

“malparida”

-         Pues ya sabes – castigada.

“imágenes del holocausto me causan menos pena que tu, despropósito humano.”

Cinco rayas al lado de mi nombre en la esquina de los castigados en la pizarra. Ni en el peor de mis curros me han dejado cinco días sin mi descanso. Llevo ya tres días teniendo que cumplir seis.
Delante de todos mis compañeros tengo que añadir la humillante línea. Sus miradas y su juicio se sienten como un suspiro frío en mi nuca. Mis manos tiemblan una vez más y lo único que siento es vergüenza, extrema soledad y ganas de llorar. Hecho que empeoraría la situación. La presión hace que todas mis fuerzas se enfoquen a no dejar caer ni una lágrima causándome dolor de estómago.

Me gustaría que en esa época me hubieran facilitado lecturas como “teo se enfada porque le han tocado mucho los cojones” o series como “las tres mellizas y la profesora asquerosa”. Cuando eres pequeño te enseñan que enfadarse es malo, independientemente de los factores, y menos contra la profesora. Saber cuando mandar a alguien a la mierda es algo que se aprende con el tiempo según se te van abriendo los ojos, en este contexto no pude evitar decirle un par de cosas a la docente.

“Aquí lo único podrido eres tú.”