Relato de homenaje a los Yayos en tiempos de virus
Siempre me levanto medio tonta de las siestas. Me había quedado dormida en el sillón. Hice un esfuerzo por saber qué día era. Jueves, tocaba visita. Me asomé a la puerta de mi habitación para preguntarle a alguna de las cuidadoras de la residencia.
- Perdona, me
gustaría saber si puedo llamar a mi hija, se supone que tendría que haber
venido hoy.
- Amanda, lo
siento, pero no se permiten las visitas por lo del virus. Tú tranquila que no
le ha pasado nada.
Lo del virus, claro, si nos lo
han dicho ya mil veces.
- Menos mal
que tuvo su fiesta de cumpleaños hace dos semanas. Vino toda la familia a
verte.
¿Una fiesta? En el pueblo
con mis... ¿padres? No puede ser.
Ante mi confusión, Rosa, que con la
mascarilla no la había reconocido, me acompaño hasta mi estantería y me enseño
mis fotos.
- Mira, aquí
estas con tus nietos. Y estos son tus hijos, Sandra y Miguel.
¿Cómo me puedo acordar de algo
que pasó hace cincuenta años y no recordar algo que pasó hace dos semanas? Rosa
volvió rápidamente a sus tareas, estos días están trabajando muy duro. Volví al
sillón con una profunda sensación de soledad. Creía haberme quedado sin visita
cuando llamaron a mi puerta anunciándome que traían a mi nueva compañera de
habitación. Era la señora Mercedes. <<Vaya por Dios>>. Nunca hemos
llegado a congeniar. Somos de dos mundos distintos. Admiro su historia, la
crianza de ocho hijos, seis varones y dos hembras, como dice ella. Matriarca
castellana. La mía, entre libros y estudiantes, disfrutando de mis hijos a
partir de las seis.
Mercedes tenía muchas visitas. En
su nonagésimo octavo cumpleaños ocuparon toda la residencia. Estaba pletórica.
Nosotros ese día nos dedicamos a hacer similitudes con “El Padrino”. La
orgullosa señora se situaba con la cabeza alta en el centro de su progenie. De
vez en cuando alguno de los hijos le hablaba de cerca, al oído, para hacerse
oír, sujetando su mano. Nos preguntábamos si le estaría proponiendo algún plan
para despachar a algún miembro de otra familia rival. Desde aquella tarde mi
pequeño grupo de amigos ya sabíamos en qué entretenernos cuando se sucedían los multitudinarios encuentros de la Señora. Una vez se iban sus visitas no le quedan
muchas palabras amables para el resto y, en general, prefiere que la dejen en
paz.
*
Una vez cohabitando no hablamos
mucho. Sé que tiene mal la vista pero se entretiene viendo los telediarios, no
creo que le estén sentando bien. Yo ya me pierdo, está todo patas arriba y no
dejan de decir que nos vamos a morir los viejos. Solo me incorporo a los
documentales, las dos nos quedamos fritas. Por lo demás, me refugio en un
libro.
La comida nos la traen al cuarto.
Nos la suele traer Teresa, una de las veteranas. Le pregunto qué tal están
todos, tiene ojos de preocupación. Antes de responder duda si mentirme, es lo
que hacen con muchos residentes para no preocuparnos o confundirnos, pero mi
mirada serena le inspira confianza.
- Emilio esta
bastante mal, se lo han llevado al hospital.
Emilio. En ese momento estaba
leyendo el libro de fantasía que me había prestado. No es de mi gusto pero
insistió bastante. Que necesitaba leer algo nuevo, me decía. Lo que pasa es que
yo ya soy vieja para esas lecturas. Él es relativamente joven,
podría ser mi hijo, suelo bromear, pero tiene problemas de salud, por ello se encuentra aquí. Nos
intercambiamos libros, pero cuando leemos juntos en el jardín él hace como que
lee y me interrumpe innumerables veces para comentarme alguna chorrada.
Miro a Teresa a los ojos,
prefiero no entrar en detalles.
- ¿Y tú? ¿qué
tal estás?
- Cansada, a
ver cuando me jubilo para que me traigan la cena a la cama. ¿Verdad, Mercedes?
Como una reina.
A la mañana siguiente Mercedes me
sorprendió y empezó a hablarme.
- Anoche vi
desde la ventana como los muchachos de los dos bandos se intercambiaban tabaco
en el frente. Los republicanos se han quedado sin cigarros. Los nacionales
siempre tienen de todo.
Se ha ido a los años treinta,
mala época para visitar.
- Quiero irme
a mi habitación, esta no es mi habitación.
- Tenemos que
quedarnos aquí, en la zona de posibles positivos.- Le aclaré.
- ¿Y qué
bando es ese?
- Pues no lo
sé.
*
Me sigue sin convencer este
libro. Aún me cuesta familiarizarme con el término “Obit” (Hobbit). Me puse a
mirar por la ventana: todo está tan calmado, como si no pasara nada. Pensé en
darme una vuelta por la habitación, me pesan muchísimo las piernas. La señora
Mercedes por su parte no para de rezar rosarios.
- Mercedes,
no se preocupe, su familia está bien.
- Lo sabré
cuando vuelva a verlos. No sé dónde están.
- Están en su
casa, como nosotras, sin salir y a salvo.
- Si no han
vuelto es porque se los han llevado al paseillo, me lo ha dicho mi hermana.
En ese momento me di cuenta que
ya no recordaba a sus hijos, nietos y bisnietos. El trabajo de toda una vida.
- Mercedes, no hay guerra, todos están bien. Sus hijos...- Intento recordar el nombre de alguno pero durante estos meses lo único que
habíamos hecho es ponerles apodos italianos. En su lugar busqué algo que me
pudiese ayudar entre sus cosas. Localicé un álbum y me senté con ella. Hicimos
un recorrido por las fotos. No funcionó. Se empezó a poner nerviosa y la dejé
en paz.
*
Echaba de menos las charlas en el
comedor. No tengo muchas visitas. Mi familia se ha ido dispersando por el
territorio y yo me he quedado en el camino. Una vez aquí pude disfrutar del
jardín y compañía. En la mesa siempre ha habido risas y gente amable. Mercedes
tenía a su familia y yo tenía a mis amigos. Y aquí estamos las dos ahora, sin
ser familia y sin saber cómo ser amigas. La soledad me trae recuerdos muy
lejanos pero muy claros que me confunden. El presente se vuelve extraño.
Mercedes ya está perdida en sus propias memorias, en un tiempo oscuro tan
difícil de olvidar que es el único que permanece. Su cuerpo no quiere volver
allí. Mercedes ya no come por sí misma. Tiene la mirada ausente.
Me pregunto si puedo despertar su
interés de alguna manera. Fui a mi estantería, pensando en cual podría ser el
primer libro de Mercedes, pensé en mi primer libro favorito. Lo cogí
y me senté cerca de ella. Me puse las gafas y comencé a leer en alto:
“A vosotras os lo contaré todo...
A papá no me he atrevido... ¡Está tan triste el pobrecito! No hace una semana
que estoy en el colegio, y creo que ha venido a verme más de veinte veces. Yo
sólo lo he visto dos días, porque no lo han dejado entrar. ¡Estoy furiosa!”
(...)
Me escuchaba. Y cada capítulo se
convirtió en rutina.
GRACIAS... MUCHAS GRACIAS...Es mi día a día... y me apasiona.Sigue intentándolo, seguro que conseguirás lo que te propongas...
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