De una jornada cualquiera en el sector de la hostelería en la Isla Esmeralda y recursos para no perder la cabeza. En concreto, los colegas.
Por qué nos hacemos esto?- Preguntó Dec en el descanso
para fumar.
- Supongo que
por un sentimiento estúpido de lealtad, como los perros- Respondí yo. No me
refería a la lealtad profesional, ni al pervertido que me contrató, me refería
a los colegas. A los pocos que quedábamos, pues otros más listos y con menos
cargantes principios ya se habían ido a sitios mucho mejores. Pero aquí
estábamos nosotros, aún cinco horas por delante y seis horas por detrás,
echándonos el cigarro de la media noche.
- parece que
no beben mucho- apunté por alimentar la esperanza en momentos críticos como
este.
- Pero beben
fuerte - Dec, desde la barra, los tiene a todos calados. Desde la primera hora
ya sabe quién va a ser un subnormal. Y tenía razón, me percaté de que había
estado recogiendo copazos y vasos de tubo. En fin, nada nuevo, el mismo curro,
solo que a veces es más y más tarde.
Es la segunda boda este fin de
semana y los días libres se han convertido en sucesos esporádicos que a veces
ocurren y a veces no.
Mi deber en este tipo de jornadas
se basa en recoger vasos, esquivar borrachos y subir a la cocina a hacerme
sangüiches cuando nadie se percata de mi ausencia. Pese a las largas horas, los
vasos interminables y el tedio de las escuchar las mismas canciones hay un
momento que salva la noche. Dicho momento no es más que la camaradería que
existe entre el grupo que trabajamos en las bodas y como nos preocupamos todos
de ayudarnos mutuamente para no volvernos locos. En cada boda cuando oigo los
primeros acordes de “despacito” me precipito hacia la barra con lo puesto para
compartir la coña con mis colegas y echarnos un baile al son de la única
canción española que conocen después de “la macarena”.
Y, ciertamente, son las pequeñas cosas como estas las que
evitan que los caballos corran sin riendas en la azotea.
somewhen in 2018
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